Es evidente que la Iglesia no ha sabido actuar con rapidez y lucidez ante los cambios sociales que han acontecido en el siglo XX, lo que nos ha llevado a un derrotismo inconsciente. Una sensación de impotencia que intentamos aminorar por medio de planes pastorales, herramienta evangelizadoras y eventos multitudinarios de gran repercusión mediática. Pero, por mucho que nos afanamos en luchar, parece que existe una fuerza mucho más fuerte que nuestra voluntad. Para analizar un poco este complejo fenómeno, traigo un lúcido texto del Card. Danielou (19051976):
La situación ordinaria se reduce a que la mayor parte de las personas necesitan, para ser fieles a lo que son profundamente, estar suficientemente sostenidas por el ambiente que las rodea y que, cuando se encuentran dentro de un ambiente que va en sentido contrario, sólo algunas personalidades de temple excepcional pueden resistir. Es aquí precisamente donde se plantea todo el problema de la personalización. Ciertamente, es preciso tender a crear cristianos que sean capaces de permanecer cristianos en cualquier situación. Pero toda mi experiencia me demuestra que no se puede en modo alguno esperar esto de la totalidad de los hombres. Es absolutamente evidente que muchachos y muchachas educados en unas condiciones que les hacían posible el cristianismo, una vez metidos dentro de una determinada fábrica o universidad, no pueden en modo alguno, salvo muy pocas excepciones, mantener entonces una actitud religiosa que está en contradicción con todo el ambiente dentro del que viven.
Hay algo que me extraña en gran manera y es que mientras que nuestro tiempo es muy sensible a la cuestión de los condicionamientos sociológicos de la existencia, tengo la impresión precisamente de que, cuando se aborda el problema religioso, se pasa por alto la importancia de esta dimensión para no quedarse entonces sino con la dimensión personal. Estoy perfectamente de acuerdo en que, desde el punto de vista del ideal, es necesario que la fe llegue a ser cada vez más personal, pero creo que esto es un ideal al que hay que aspirar y que, si queremos ponernos en la realidad, tenemos que afirmar sin duda que es absolutamente esencial, si queremos un pueblo cristiano, crear condiciones que hagan posible ese pueblo cristiano. Por otra parte, es absolutamente imposible disociar el aspecto personal y el aspecto social de la vida religiosa: la Iglesia no está constituida por individuos, está esencialmente constituida por familias. La parroquia es esencialmente un conjunto de familias. El problema de la transmisión de la fe a través de la familia es fundamental. Esto demuestra a las claras que el cristianismo no está constituido, como lo están, por ejemplo, algunas sociedades, por individuos que deciden entrar en él, sino que se transmite a través de todo un arraigo dentro de la familia y, como decía Péguy, dentro de la raza. (Danielou y Jossua. Cristianismo de masas o de minorías)
Como dice el Card. Danielou, cabe esperar que existan siempre cristianos comprometidos que antepongan su fe a las condiciones sociales, pero no es posible exigir esto a todos. Los esfuerzos evangelizadores que realiza la Iglesia son constantes, pero los frutos no pasan de ser puntuales. Pero esto no es un fracaso, sino una consecuencia lógica del proceso de conversión. El problema de toda conversión es encontrar una comunidad en la que se sienta acogido y pueda desarrollar su vida de fe.
Si siguiéramos leyendo el libro de Card. Danielou leeríamos que el problema que se nos presenta delante de nosotros no es la desaparición del cristianismo, sino la desaparición de la sociedad cristiana donde el cristiano puede sentirse cómodamente protegido. La gran mayoría de los cristianos necesitan de un entorno que les ayude y les acoja. Si no lo tienen, simplemente dejan de vivir su fe acomodándose a la sociedad donde viven. Esto es la realidad actual en Europa y algunos países de América, donde la Iglesia ve descender, año tras año, el número de fieles que se sienten cristianos. Para vivir cómodamente en la sociedad actual es mejor no definirse como cristiano, ya que serás sospechoso y no muy bien visto. Si no se da testimonio personal de cristianismo, difícilmente podremos transmitir la fe a nuestros hijos.
¿Dónde está el desafío pastoral en los tiempos que vivimos? Podríamos decir que todas partes y tendríamos razón. No hay que desatender ningún frente, porque todos son importantes e indispensables, pero la familia es el “campo de batalla” del cambio social que vivimos.
Fijémonos que los gobiernos y organismos internacionales llevan décadas empeñados en transformar la familia, como pieza clave para transformar la sociedad. Las armas utilizadas son evidentes:
- Disociación de la maternidad y familia. Aborto, anticonceptivos, relaciones libres…
- Preponderancia de los “derechos-deseos” de los individuos sobre las “responsabilidades-necesidades” de la familia. Divorcio Express, desaparición de la autoridad de los padres-educadores, etc
- Disociación de vida sexual y compromiso: parejas de hecho, liberación sexual, multi-sexualidades alternativas, etc
Desde la Iglesia nos hemos enfrentado públicamente a las reformas legislativas y normativas que nos imponen desde estos organismos, pero no hemos logrado ofrecer una alternativa que se valore socialmente. Es decir, alternativa cristiana se ve como algo que sólo llevan adelante cuatro locos extremistas, mientras se aplaude en la socialmente a todo aquel que vive según los postulados “modernos”. Esta exaltación se da incluso en algunos medios que dicen ser católicos. Sólo hay que oír los anuncios que se radian y los “famosos” a los que se invita y se aplaude. Con la escusa de estar “abiertos” a la sociedad y ser competitivos en audiencia, se cometen errores de bulto.
La evangelización a través de los medios de comunicación masiva nunca ha dado resultados apreciables. Son demasiados impersonales y lejanos para atraer a quien precisamente se siente cómodo en esa lejanía. Los programas de acercamiento de alejados, tienen éxitos puntuales, pero tampoco consiguen que la sociedad vuelva a cristianizarse.