Quiero decir que el carpe diem tiene menos que ver con la política de tierra quemada que con los paisajes de El hombre tranquilo. El católico considera que la vida es una buena charla ante la chimenea, mientras que el nihilista juega a vivir al límite, pero es sólo una pose. El católico no otorga siquiera al tatuaje rango de aprendiz de cicatriz, mientras que el nihilista cree que un antebrazo tachonado de frases es un provocador libro abierto, cuando en el fondo no es más que un pobre escaparate con exceso de neón.