En estos días navideños, grupos de jóvenes, sembradores de estrellas, nos han salido al paso en las calles recordándonos que “es Navidad”. Feliz “atraco”.
“Es Navidad”, decía también la estrellita que prendían en nuestra solapa.
Lamentablemente vivimos tiempos en los que cualquier encuentro callejero produce sobresalto. “¿Se trata de una posible agresión o de un sablazo?”, se preguntas algunos, temerosamente.
Ni lo uno ni lo otro: se trata sencillamente, cristianamente, de una nueva llamada de amor. ¿Quién podía esperar así, gratuitamente, fraternalmente expresada, envuelta en una sonrisa amable, una frase de augurio feliz?
Quiero expresar mi gratitud a esos muchachos que, venciendo torpes respetos humanos, se han acercado a nosotros para recordarnos que es Navidad.
Se nos está olvidando sonreír. Se nos está olvidando que esas gentes que a menudo se cruzan en nuestro camino son hermanos nuestros; son como nosotros –aunque ellos no lo sepan- hijos de Dios.
Ojalá en el incierto tiempo que tenemos por delante, al lanzarnos cada día a la calle, no nos falten sonrisas alegres y afables que nos hagan sentir que, para nosotros, los cristianos, cada día puede ser Navidad.
Para conseguirlo puede servir de mucho recordar el saludo de estos muchachos y, silenciosamente, prodigarlo en los demás.
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