En los casos reseñados en los Evangelios, el Señor siempre sin dudarlo, simplemente les mira y les dice: Sígueme, esta palabra pronunciada por el Señor, más que una invitación a seguirle, tal como lo relatan los evangelistas, parece ser una orden por el carácter imperativo, que tiene el vocablo Sígueme. Lo cual no es de extrañar, en la forma de actuar del Señor, si recordamos las palabras que también figuran en los evangelios de San Mateo y San Marcos y que nos dicen: “Llegaron a Cafarnaúm, y luego el día de sábado, entrando en la sinagoga, enseñaba. Se maravillaban de su doctrina, pues la enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”. (Mc 1,21-22).
Cuando el Señor le dice a alguien sígueme Él no añade ninguna clase de explicación, tal como nos lo relatan los evangelistas en los evangelios. El Señor desde luego que ya sabe de antemano que su indicación de sígueme va a ser, debidamente cumplida. Él lee en el corazón del que recibe la invitación y no duda de que se la merece y será cumplimentada. De estas varias referencias quizás la más clara fue la que le dirigió a San Mateo, la cual la recogen los tres sinópticos y así San Marcos, nos relata: “Después de esto salió y vio a un publicano por nombre Leví sentado al telonio, y le dijo: Sígueme. El dejándolo todo, se levantó y le siguió”. (Lc 5, 27-28).
San Juan, en el capítulo primero de su Evangelio, nos relata tres ocasiones en las que nos aparece el término sígueme. La primera vez, es uno de los más bellos pasajes del evangelio en el intervienen, además del Señor y San Juan bautista, los futuros apóstoles San Andrés hermano de San Pedro y San Juan hermano de Santiago el mayor y San juan nos lo relata así: “Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: Este es el Cordero de Dios». Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús. Él se dio la vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué quieren? Ellos le respondieron: Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives? Vengan y lo verán, les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro”. (Jn 1,35-40).
A continuación San Juan nos relata otro “Sígueme”, y refiriéndose a San Andrés dice: “Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo. Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas, que traducido significa Pedro”. (Jn 1,41-42). Es este un pasaje muy importante, ya que es el primer encuentro entre San Pedro y el Señor.
Cuando Dios quiere encomendar una labor específica a alguien, lo primero que hace, es cambiarle el nombre. En la Biblia cuando Dios cambie el nombre de un hombre, es para elevarlo a una dignidad superior y a un papel más importante dentro de la comunidad a la que pertenece. Así tenemos el caso de Abrán. En el Génesis podemos leer: “5 No te llamarás Abrán, sino Abrahán, porque yo te constituyo padre de una multitud de pueblos”. (Gn. 17,5). Y también en el Génesis con referencia a Jacob, el hijo de Isaac, podemos leer: “29 Y el hombre añadió: "Tu nombre no será ya Jacob, sino Israel, porque te has peleado con Dios y con los hombres y has vencido”. (Gn. 32, 29)
La tercera y cuarta vez que nos relata San Juan, sucedió de la siguiente forma:“Al día siguiente, Jesús resolvió partir hacia Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: Sígueme. Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encontró a Natanael y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret. Natanael le preguntó: ¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret? Ven y verás, le dijo Felipe. Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez ¿De dónde me conoces?, le preguntó Natanael. Jesús le respondió: Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera. Natanael le respondió: Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesús continuó: Porque te dije: "Te vi debajo de la higuera", crees. Verás cosas más grandes todavía». Y agregó: Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”. (Jn 1,43-53).
Aquí la pregunta que muchos tratadistas y exégetas, se han formulado es: ¿Qué es lo que hacía Nathanael, debajo de la higuera? Nadie ha sido capaz de dar una sólida respuesta a esta pregunta. Analizando un poco el tema, es de ver que la mayoría de los árboles forman la copa de sus ramas y hojas a cierta distancia del suelo, dejando su tronco desnudo entre el suelo y su copa. Pero en las higueras esto no sucede así. Muchas higueras hacen nacer su copa a ras de suelo, por lo que estas dan un claro ocultamiento a quien entre dentro de la copa. Personalmente de niño he jugado más de una vez al escondite ocultándome dentro de una higuera. Si Nathanael, estaba debajo de una higuera, es decir dentro de su copa, algo no confesable que el Señor no explicitó y que a él le impresionó que se lo recordasen, sería lo que estaría haciendo. Al hilo de esta argumentación, se especula con la idea de que Nathanael estaba haciendo algo tan vulgar como atender sus necesidades fisiológicas.
Los evangelios nos hablan de varios casos en los que varias personas le pidieron al Señor seguirle, pero parece que el por la redacción delos textos evangélicos, estas peticiones no fueron aceptadas. Así tenemos: “Mientras iban caminando, alguien le dijo a Jesús: ¡Te seguiré adonde vayas. Jesús le respondió: Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. Y dijo a otro: “Sígueme”. El respondió: Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre. Pero Jesús le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios». Otro le dijo: Te seguiré, Señor, pero permíteme antes despedirme de los míos. Jesús le respondió: El que ha puesto la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios”. (Lc 9,57-62). En estos tres casos que hemos visto, el Señor no parece que acepte, el ofrecimiento que le hacen de seguirle, Pero es de ver, que existen razones justificativas del porque no acepta el Señor que le sigan.
De una forma o de otra, el Señor para seguirle pide lo primero de todo, una renuncia total, a todo lo que este mundo nos ofrece. Para Él no valen las medias tintas. Él lo quiere todo y ni siquiera le deja a uno enterrar a su padre. A otro no lo considera apto para entrar a su servicio para seguirle, si todavía tiene puesta su mirada en el pasado. Él lo quiere todo lo exige todo, para el que quiera entrar a su servicio, para el que quiera entregarse a Él y en correspondencia a esa entrega no le ofrece nada en este mundo, ni siquiera tener un sitio donde reclinar la cabeza.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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