La fuente de la eterna juventud puede quitar años, pero no la sed.  Por lo mismo, los libros de autoayuda sirven para ganar confianza, pero no para leer mejor. Digo esto porque a mi juicio algunos tienen trampa, al modo en que la tiene el cuadro en el que un ciervo abreva mientras otro alza la cabeza para que el espectador intuya la presencia del cazador. 

La trampa consiste en considerar al lector un paciente que sigue el rastro de las migas de pan que le llevan a un consultorio psicológico donde no recetan Prozac, sino consejos para quererse uno mismo. Quererse uno mismo está bien, pero en la misa retransmitida hoy por 13 TV el sacerdote ha resaltado que la felicidad estriba en ejercer la caridad con el otro. En otras palabras, la autoayuda es el desprendimiento.  

Pero ejercer la caridad, que implica mirar al otro, resulta complicado. Yo mismo desconozco el nombre del niño africano que apadrino desde hace 10 años. De modo que doy limosna como la bomba Navarro encesta triples. De una manera automática. La caridad bien entendida, por el contrario, es la de quien cuando está a punto de meter el mate de su vida observa que el rival está tendido en el suelo y, para ayudarle, en lugar de entrar a canasta hace pasos.