Él vino como niño para quebrar nuestra soberbia. Tal vez nosotros capitularíamos antes frente al poder o a la sabiduría. Pero Él no busca nuestra capitulación, sino nuestro amor. Él quiere librarnos de nuestra soberbia y así hacernos efectivamente libres. Dejemos, pues, que la alegría tranquila de este día penetre en nuestra alma. Ella no es una ilusión. Es la verdad. Pues la verdad, la última, la auténtica, es hermosa. Y, al mismo tiempo, es buena. El encontrarse con ella hace bueno al hombre. Ella habla a partir del Niño, el cual, sin embargo, es el propio hijo de Dios. (Card Joseph Ratzinger, mensaje de Navidad 2002)
Estamos cerca del día de Navidad y conviene ir mirando qué para encarar el último tramo del Adviento. ¿Quién nació hace 2000 años en un pobre pesebre en una pequeña ciudad de la periferia del Imperio Romano? Si miramos la escena del nacimiento, podríamos decir que tuvo que nacer alguien sin importancia alguna.
Es curioso, pero Cristo también nace en nuestro corazón de la misma forma. Sin soberbia, ya que no se impone por la fuerza. En la periferia, ya que aparece siempre como algo colateral a nuestros intereses personales. Pero quien nace en nuestro corazón es algo más que una persona. El Cardenal Ratzinger, futuro Papa Benedicto XVI señala un aspecto muy importante para el ser humano del siglo XXI: “el sentido se ha hecho carne”. La Navidad nos recuerda que nace el Sentido y que nace como persona, capaz de comunicarse a todos nosotros.
En este siglo de prodigios de la ciencia y la técnica, parece que no necesitamos a Dios. La sociedad en que vivimos se proclama como salvadora del ser humano y garante en todas sus necesidades básicas. Al menos eso es lo que dicen, porque en la realidad no vivimos en una sociedad más feliz y justa, más bien todo lo contrario.
Hay algo que nuestra sociedad no es capaz de darnos: sentido. Precisamente, el laicismo imperante rechaza este sentido como algo que nos oprime y esclaviza. Para contrarrestar el anhelo de sentido que tenemos impreso en nuestro interior, ofrece que cada cual se busque el sentido que desee, que lo cambie y hasta que lo elimine de su vida. Nos dicen que la libertad es precisamente no tener sentido y decidir, sin conocimiento ni compromiso, aquello que más nos apetezca en cada momento.
El Sentido nos libera de la esclavitud de lo inmediato y no lo hace imponiéndose, sino amándonos. “Él no busca nuestra capitulación, sino nuestro amor. Él quiere librarnos de nuestra soberbia y así hacernos efectivamente libres.” El sentido no homogeniza ni aborrega. El Sentido persona que nos une a los demás, reconoce los carismas que Dios nos ha donado y nos permite vivir lo que somos y Dios quiere de nosotros, con un humildad y esperanza.
“El sentido nos conoce, nos llama, nos conduce. El sentido no es una ley común, en la que nosotros desempeñamos algún papel. Está pensado para cada uno de una manera totalmente personal.” Es maravilloso darnos cuenta que el Sentido nos llama, conduce y nos ama a cada uno, tal como ha sido creado. Nos damos cuenta de la profundidad de las palabras de Cristo, cuando nos dijo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.” (Mt 11, 28-30). El yugo que nos ofrece la sociedad pesa y destroza interiormente, porque carece de sentido.
El cardenal Ratzinger nos habla de la alegría que nace de sentir que somos libre y que esa libertad procede del Sentido, que es Amor. ¿Cómo vivir la alegría del Evangelio sin liberarnos de las cadenas del sinsentido de nuestra vida? Por eso es tan importante encontrarnos con la Verdad:
“Pues la verdad, la última, la auténtica, es hermosa. Y, al mismo tiempo, es buena. El encontrarse con ella hace bueno al hombre. Ella habla a partir del Niño, el cual, sin embargo, es el propio hijo de Dios.”