Vivimos en un cambio de época que está alentando el milenarismo y la mentalidad pseudoapocalíptica en buena parte de los católicos. No me refiero sólo a gente tarada o crédula, capaz de tragarse cualquier chifladura que lee por Internet, sino a personas de buena fe, que buscan a Dios, van a misa, se confiesan, rezan el rosario y quizá incluso tienen director espiritual.
Son católicos a los que les ha afectado el virus maya, o sea, el augurio visionario del inminente fin del mundo, el advenimiento de la gran desolación, de un tiempo de grandes signos en el cielo, de amenazas ante un castigo inminente, etc. Y que leen los acontecimientos actuales (políticos, sociales, naturales y eclesiales) como si tuviesen que escrutar en ellos los signos de los tiempos que anuncien un inminente rompimiento de Gloria y la segunda venida de Nuestro Señor. No buscan (sólo) cómo se muestra Dios en su día a día, ni cómo habla en todo acontecimiento, que son actitudes típicamente cristianas, sino más bien cómo ese día a día y cómo cada acontecimiento debe remitirnos a un incierto futuro inminente y turbador; cómo se interpreta la vida no en clave de “Dios se te da ahora”, sino en clave de “prepárate porque está a punto de caer la del pulpo sobre la entera humanidad, contigo dentro”.

 

Para que no se me acuse de impreciso, voy a hacer dos distingos, dos “equipos” entre estos milenaristas cristianos, aunque ambos suelan darse en una misma persona.

 

Primero están los que engullen toda la literatura relativa a las apariciones marianas y las revelaciones privadas aprobadas por la Iglesia. Fátima, La Sallete, Lourdes, Paray le Monial… Buscan los “mensajes” y conjeturan sobre “los secretos” que, en teoría, se han ocultado. Siguen las prácticas piadosas –sin tono peyorativo– aconsejadas en estas revelaciones, difunden sus mensajes, creen verlos cumplidos o cumpliéndose… Su actitud puede ser buena, siempre que no caigan en las deformaciones de ciertas expresiones de piedad popular: cambiar el Evangelio por el mensaje de tal revelación, sustituir el Magisterio cual recomendación de un cura o grupo, etc. Y en este tiempo están que echan humo diciendo que, por fin, por fin, por fin, todo se está cumpliendo y el Señor está a la vuelta de la esquina, agazapado en una nube de fuego.

 

Después están quienes atienden con suma devoción a revelaciones privadas no aprobadas por la Iglesia, como Garabandal, El Escorial o Medjugore. Hacen lo mismo que los anteriores, pero además, dan por ciertas las palabras que en teoría “ha dicho la Virgen”, pero que sólo han salido –que se sepa– de la boca de un señor o señora. Su aval es lo santo o santa que parece la vidente o el visionario, los frutos que Dios da en esos entornos (cosa que puede ocurrir en cualquier lugar donde dos o más se reúnan en su nombre, haya o no revelación de por medio) y suelen esgrimir supuestas palabras de Juan Pablo II o del santo Padre Pío. Estoy esperando, por cierto, que alguien me diga dónde, cuándo y ante quién dijo Juan Pablo II algo sobre Medjugore, con fuente contrastable. Quizá Garabandal y compañía sean revelaciones ciertas, pero hoy por hoy es PURA HABLADURÍA. Y no creo que a la Virgen le sentasen mal estas palabras. Por eso, cuando se lanzan admoniciones del tipo: “Ya lo está diciendo la Virgen en Medjugore; Ya lo ha dicho Conchita de Garabandal…”, a mí me sale urticaria, por muy buenos que sean esos consejos. Porque mirar tanto al mañana, sobre todo a un mañana terrible o apocalíptico, le roba la esperanza a las personas y mueve los corazónes más por miedo que por amor.

 

¿Qué dice la Iglesia sobre esto? Catecismo puro y duro: “A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia. La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. (…)”.

Por favor, nótese que estas revelaciones privadas, ni siquiera las aprobadas, no son dogma de fe; no pueden ni “mejorar” ni “completar” la forma de encontrarnos con Dios en Jesús, o sea, lo que ya aparece en el Evangelio; que para que el sensus fidelium pueda discernirlas y acogerlas debe estar guiado por el Magisterio de la Iglesia; y que todas esas palabras deben ilustrarse y comprenderse en el contexto de “una cierta época de la historia”. Así, los mensajes de hace varias décadas, incluso siglos, quizá ya no sean válidos, y desde luego, son prescindibles para vivir la vida cristiana. Pobre de aquel cristiano que se preocupe de su conversión sólo porque hay una amenaza de destrucción del mundo.

 

Detrás de muchas de estas actitudes está la búsqueda de Dios. Pero también puede agazaparse la soberbia de querer ser puros; la curiosidad de saber cómo y cuándo sucederán las cosas; el pecado de tentar a Dios para que muestre milagros como quien exhibe un pollino en una feria de ganado; y la ida de pinza de muchos grupos y personas que ven masones, satánicos, anticristos, herejes y signos proféticos hasta en los pelos que se me caen en la almohada. Como dejó escrito Benedicto XVI en la Segunda Parte de Jesús de Nazaret: ni las revelaciones particulares y ni siquiera el discurso escatológico de Jesús en el Evangelio (que sí forma parte de lo esencial de la revelación) "no ofrece una descripción del futuro, sino que nos muestra solamente el camino recto para ahora y para el mañana. Las palabras apocalípticas de Jesús nada tienen que ver con la adivinación. Quieren precisamente apartarnos de la curiosidad superficial por las cosas visibles (cf. Lc 17,20) y llevarnos a lo esencial: a la vida que tiene su fundamento en la Palabra de Dios que Jesús nos ha dado; al encuentro con Él, la palabra viva; a la responsabilidad ante el Juez de vivos y muertos”.

 

En estos tiempos turbulentos, menos Escorial y más pesebre de Belén; menos Garabandal y más Biblia; menos medjugorismo y más sencillez en el Espíritu; menos profecías y más Catecismo; menos revelaciones y más sacramentos. Y sobre todo, más sentido común, más caridad y más conversión a Cristo, el Señor, por favor.

 

José Antonio Méndez