La fe es el mayor bien espiritual que tú posees. No sé si tu fe, lector será grande o pequeña, viva o muerta, pero en cualquier circunstancia aunque no lo sepas, ni nunca te hayas puesto a considerarlo, es el mayor bien que posees. Porque él te facilita tener la capacidad que nos dijo el Señor: “Todo es posible para quien cree”. (Mc 9,23).
Generalmente, muchos no tienen conciencia del tesoro que tienen dentro de su alma, no lo viven no lo cuidan, no tratan de acrecentarlo, ignoran las posibilidades de crecimiento que tiene su tesoro, no lo disfrutan y no se les ha ocurrido, penetrar en las entrañas de este tesoro que Dios nos ha regalado. Y lo peor de todas las anteriores consideraciones, es que hay muchos ladrones dispuestos a quitarte el tesoro de tú fe. Tú no valoras el tesoro de tu fe, ni lo potencias ni lo desarrollas para que crezca más, pero hay enemigos tuyos, que están dispuestos a robarte el tesoro de tu fe, aunque sea muy pequeño.
Y en estos robos, lo triste para ti, es que se dan con mucha frecuencia y resulta, que cuando más pequeña sea tu fe, más fácil es arrebatártela, porque el demonio tal como escribe San Pedro: “Sed sobrios y vigilad, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quien devorar, resistidles firmes en la fe”. (2Pdr 5,8). Pero tampoco están a salvo los que tengan una gran fe desarrollada. Sus defensas serán muy fuertes, tremendamente fuertes, pero más fuerte es el interés, y la inteligencia del demonio, al que le gustan mucho las piezas de caza mayor. Nuestra seguridad está en agarrarnos bien fuertes, al amor al Señor a su Madre santísima, que nos nazca de una fuerte fe, porque en la medida en que nuestra fe sea fuerte, también los será nuestro amor. En las tres virtudes esenciales se da la circunstancia de que ellas crecen y decrecen siempre al unísono.
El tamaño de nuestra fe, irá siempre parejo a su fortaleza, no es concebible que se pueda tener una fuerte fe y que esta sea diminuta, porque la propia fortaleza la llevará siempre al crecimiento. Nuestra vida espiritual también irá siempre de acuerdo con el tamaño de nuestra fe. Cuanto mayor sea el tamaño y fortaleza de nuestra fe, más fecunda será nuestra vida espiritual y con mayor precisión, imitaremos al Señor, porque al ser mayor el tamaño de nuestra fe, será también mayor nuestro amor a Él, ya que las tres virtudes esenciales: Fe, esperanza y caridad crecen y decrecen siempre al unísono. Él deseo de imitación al amado es una de las características esenciales que genera un amor fecundo, y cuanto mejor imitemos al Señor, más perfectos seremos y cumpliremos con la divina aseveración que nos dice: “Sed pues perfecto, como mi Padre celestial es perfecto.” (Mt 5,48).
El Señor, en los Evangelios más de una vez utilizó la vegetación, para establecer un parangón entre esta y determinados temas referentes al alma. El Señor cuando hablaba, tomaba de la naturaleza que le rodea, su inspiración y sus imágenes. Predica al aire libre y dice lo que ve y saca lecciones de lo que observa. Emplea parábolas, metáforas o comparaciones, con elementos tomados del ambiente rural y su naturaleza vegetal, que les rodeaba a sus oyentes. Uno día hablaba de las aves del cielo y los lirios del campo y otro día hablaba del sembrador y de la cizaña, o de la levadura y la mostaza, y de la higuera y la vid. Todo es enseñanza en su manos, porque en todo ve la presencia del Padre que da vida a cada ser y sentido a cada situación. Se puede pensar que el Señor hizo nacer los Evangelios al aire libre, porque mayoritariamente al aire libre predicaba.
Y siguiendo el camino didáctico marcado por el Señor, aunque yo no pretendo enseñar nada a nadie, sino solo tratar de refrescar lo que todos sabemos, he estado pensando en las características físicas de los árboles, en su nacimiento, desarrollo y su semejanza en muchos casos, a lo que es y representa la fe para nosotros. Podemos pensar que la fe es como la planta de un árbol, que se nos da a cada uno, en determinado momento de nuestra vida, y que nosotros podemos cultivarlo y dejarlo como un Bonsái bonito pero que no responde a la realidad de lo que es un árbol, o por el contrario cultivarlo para que sea como una gigantesca sequoia. Solo de nosotros depende fijar el tamaño de nuestra fe.
Pero hay que fijarse en algo importante. Hemos dicho ya que el tamaño de nuestra fe, irá siempre de acuerdo con el tamaño de nuestra vida espiritual, y en ambos casos, como también les pasa a los árboles para crecer se necesita tiempo y además perseverancia en nuestros deseos de crecer. Salvo que el Señor disponga el milagro, no hay ser humano, que en cinco minutos, adquiera un tamaño de su fe equivalente a una sequoia. Todos sabemos que la fe es un bien espiritual, pero su comportamiento es muy similar al de una planta vegetal. El árbol, cuando crece no solo crece del nivel del suelo para arriba, sino que crece también hacia abajo con sus raíces, pues ellas son su fuerza y quienes la mantienen contra viento y mareas, cuanto más firmes son sus raíces más fuerte es el árbol y mejor resiste los embates de los elementos.
Por otro lado las raíces son un medio de adquisición de los nutrientes necesarios para el crecimiento del árbol. Nuestra fe, también tenemos que hacerla crecer con fuertes raíces, porque si no el árbol de nuestra fe carecerá de firmeza, y al primer sofismo del listillo de turno, que se nos cruce, nos quedaremos pegados, sin saber qué contestarle, a los insidiosos ataque que siempre recibiremos. Y pensemos, que cuanto mayor sea el árbol de nuestra fe, a los ojos de nuestros enemigos, con más ahínco intentarán ellos derribarlo, con el hacha de su verborrea.
Por ello como católicos, tenemos la obligación de documentarnos, sobre todo utilizando ese maravilloso manual de funcionamiento que el Señor nos legó y que se llama Evangelios. Documentarse es también rezar porque es pedirle al Señor, armas para el combate y gracias para saber manejarlas. Como decíamos la fe como los árboles, también tiene raíces y partes aéreas. Y esas raíces son de una gran importancia, para su sostenimiento y crecimiento. Sin raíces un árbol ni puede crecer ni sostenerse y a la fe de las personas les pasa lo mismo, necesitan raíces.
Mucho más dura es la madera del roble o de la encina, que la del chopo o el sauce, porque para su crecimiento las maderas duras proviene de árboles de lento crecimiento y las blandas, de árboles de rápido crecimiento. Y nuestra vida espiritual en la medida y tiempo de su crecimiento, así será su fortaleza, porque la vida espiritual requiere tiempo para fortalecerse, ya que en ella la perseverancia es siempre esencial. Y lógicamente nuestra fe también necesita tiempo para fortalecerse y endurecerse en forma tal que el hacha de demonio se melle y no la haga daño.
Tengamos siempre en cuenta, que en esta vida lo que muy deprisa entra o sube, muy deprisa sale o baja, y a sensu contrario, lo que lentamente entra o sube es lo que siempre se consolida. Que nuestra fe sea un enorme árbol cuyas ramas formen una gran copa. Que de sombra y refugio a todos nuestros hermanos que se nos acerquen, porque así de grande será nuestra salvación y gloria en el cielo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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