El salto de Juan, el Bautista, en el vientre de su madre al escuchar la voz de María de Nazaret sería catalogado hoy como un amago de parto prematuro, cuando en realidad fue el primer caso conocido de mariposas en el estómago, de alegría prenatal. De lo que se deduce que la alegría de Juan, la de cualquier creyente, es el trasvase Tajo-Segura de Dios a su criatura.

La alegría no es la fuente de la eterna juventud, sino el gen de la longevidad del católico, que perdura porque se toma cada día como si fuera el primero, en tanto que el mundo, que corre en círculo, lo hace como si fuera el último. Entre ambos modos de plantearse la vida no hay ni punto de comparación, pues el último día uno se afana en cerrar los grifos abiertos mientras que en el primero descubre el prodigioso sonido del agua.