La alegría no es la fuente de la eterna juventud, sino el gen de la longevidad del católico, que perdura porque se toma cada día como si fuera el primero, en tanto que el mundo, que corre en círculo, lo hace como si fuera el último. Entre ambos modos de plantearse la vida no hay ni punto de comparación, pues el último día uno se afana en cerrar los grifos abiertos mientras que en el primero descubre el prodigioso sonido del agua.