La caída del reino babilonio en 538 a.C. ante el empuje de los persas, hace que los judíos consigan del rey Ciro de Persia el permiso para volver a la tierra originaria. Bajo el mando de Sesbassar, una primera oleada de judíos inicia el camino de vuelta a casa. Bajo el de Zorobabel, se levanta de nuevo el Templo, hecho con el que se inicia lo que se llamar el período del Segundo Templo. Y surge, como tantas otras veces, el hombre providencial: se trata esta vez de Esdrás (s. V a.C.), que regresa de Babilonia con la segunda oleada de exiliados en 428 a.C., recompone la Alianza de Dios con su pueblo, crea el Sanhedrín o consejo supremo, y proclama la Torah o Ley de Dios como ley fundamental de los judíos, cosa que ocurre probablemente en 398 a.C., siendo rey de Persia Artajerjes II.
De nuevo la felicidad se muestra tan prometedora como esquiva. El Rey Alejandro III de Macedonia (340-323 a.C.), generalmente conocido como Alejandro Magno, irrumpe en el escenario y tras derrotar al Rey Darío III Codomano de Persia, conquista todo el Oriente Medio y Egipto. Mesopotamia cae en su poder el año 331 a.C.. En la nueva organización territorial alejandrina, Judea queda adscrita al reino egipcio de los Ptolomeos, que no se muestran, sin embargo, excesivamente crueles con el pueblo judío. Lo que indudablemente sí va ocurriendo con la inexorabilidad con la que una gota de agua empapa un trozo de papel, es la helenización de un grupo significativo de judíos, todos aquéllos que están en Egipto, y concretamente en la ciudad que funda Alejandro Magno, Alejandría. La diáspora hacia la capital egipcia crece imparable, tanto que la Biblia se traduce, los judíos toman progresivamente el griego como lengua propia en detrimento de hebreo y el arameo: la cultura judía en suma, se heleniza.
La relativamente llevadera situación dura poco más de un siglo, porque a la altura del año 200 a.C., Judea cae en manos de los seleúcidas griego-sirios. Si al principio el nuevo statu quo no es insoportable, empieza a serlo cuando cuarenta años después, el rey seleúcida Antíoco IV Epífanes (174164 a.C.) pretende dar una vuelta de tuerca a la helenización judía e imponer el culto del Olimpo griego en el Templo de Jerusalén. Y aquí aparece de nuevo, uno de esos nombres providenciales en la historia de los judíos. Se trata esta vez de toda una familia de siete hermanos, por nombre los Macabeos, los cuales se rebelan contra Antíoco y consiguen lo inimaginable: la liberación del pueblo judío, esta vez bajo la monarquía impuesta por ellos, -dinastía a la que se conoce como asmonea-, en la persona de Judas Aristóbulo (104103 a.C.).
Una vez más, la felicidad se muestra esquiva con el pueblo judío. Sólo ochenta años después, y como tantas otras veces había ocurrido en el pasado, la división de los judíos invita al aprovechamiento de la situación por una potencia extranjera. Y esta vez la potencia es nada menos que Roma. Tras larga y cruenta guerra civil, Pompeyo conquista Jerusalén e impone una nueva monarquía, extraña a los ojos judíos pero nada insensible a los intereses romanos: se trata de la dinastía idumea, procedente de Edom, al sur de Judea, no propiamente judía pues, cuyo primer representante es Antípatros, aliado romano, y cuyo máximo exponente será, a la muerte de aquél, Herodes el Grande (40-4 a.C.), personaje de indudable familiaridad al lector de los evangelios, conocido por el despotismo con el que gobierna a los judíos pero también, y no menos, por su política de obras públicas, y dentro de ella, la reconstrucción que lleva a cabo del Templo, al que conduce a las mayores dimensiones y riqueza que haya tenido nunca.
Reinando el cruel Herodes, en tiempos del emperador romano Augusto (43 a.C.14 d.C.), ocurre en tierras hebreas el acontecimiento que se puede definir como el más importante de la Historia: en un pequeño pueblecito por nombre Belén, cuna que había sido de otro importante personaje cual es David, el gran rey de los judíos, nace en condiciones precarias y en circunstancias excepcionales, un niño al que sus padres, por indicación de un ángel, ponen por nombre Jesús, que traducido significa “Dios salva”. Nace una era.
Si desea suscribirse a esta columna y recibirla en su correo cada día, o bien ponerse en contacto con su autor, puede hacerlo en encuerpoyalma@movistar.es
Otros artículos del autor relacionados con el tema
Brevísima historia bíblica del pueblo judío: desde Moisés hasta Babilonia
Breve historia bíblica del pueblo judío: desde Abraham (s. XXII a.C.) hasta Moisés (s. XIII a.C.)
Del Patriarca Abraham y su descendencia: ¿sólo Isaac e Ismael, o tuvo más hijos?
¿Existen pruebas fuera de la Biblia de la existencia del rey David?
De Nicolás de Damasco, el cronista que tanto habría aportado sobre Jesús de habernos llegado su obra
¿Hacia el Tercer Templo de Jerusalén?