Celebramos hoy, 13 de diciembre, el día de Santa Lucía, patrona de los ciegos, ocasión que ni pintada para realizar una reseña de la veneradísima patrona.

            Santa Lucía nace en Siracusa hacia el año 283 en una familia noble y acomodada. Huérfana de padre a temprana edad y educada como cristiana, su madre, Eutiquia, sufre de unas hemorragias de las que es curada tras una visita al túmulo de Santa Águeda, muerta mártir en la persecución de Decio en Catania, muy cerca de Siracusa, también en Sicilia, curación que sirve a Lucía para convencerla de dedicar su fortuna al auxilio de los pobres.

            Aunque había consagrado su virginidad a Dios, Lucía estaba prometida en matrimonio a un ambicioso joven, al que la dilapidación de la fortuna que esperaba recibir por casamiento irrita en grado máximo, por lo que denuncia la condición cristiana de su bella prometida al gobernador de Sicilia, Pascasio, que la detiene y la condena. Nos hallamos en el año 303, en plena persecución de Diocleciano, una de las más crueles registradas contra el cristianismo. 

           El martirio de Lucía es una historia similar a muchas otras que hemos tenido ocasión de glosar en esta columna -pinche a continuación  para conocer el martirio de Santa Cecilia, o a continuación para conocer el de Santa Eulalia- de concatenación de tormentos que se muestran incapaces de acabar con la vida del mártir en cuestión, un clásico en la primera hagiografía cristiana que no nos debe llevar, sin embargo, a renegar sin más de la existencia histórica de los santos afectados. En el caso de Lucía, la bella joven es condenada a la prostitución, pero como los soldados –Jacobo de la Vorágine, autor en 1264 del gran tratado hagiográficos medieval llamado la “Leyenda Aurea” consigna hasta mil soldados, y en un nuevo intento, dos mil bueyes- se muestren incapaces con toda su fuerza de desplazarla al lupanar, el gobernador la condena a la hoguera. Salvada por Dios de este nuevo tormento, el irritado Pascasio finalmente opta por clavarle un cuchillo en el cuello, si bien no morirá hasta que le sea administrada la eucaristía. Así lo relata De la Vorágine:

            “Todavía quedó Lucía viva e inmóvil en el sitio donde tanto la habían atormentado, hasta que acudieron unos sacerdotes que le dieron en comunión el cuerpo de Cristo, y en cuanto hubo comulgado, entregó su espíritu a Dios”.

            Las “Actas del martirio de Santa Lucía” podrían datar del s. V y son utilizadas por San Aldelmo (m. 709) en los relatos que le dedica en su “Tractatus de Laudibus Virginitatis” y en el poema “De Laudibus Virginum”. San Gregorio le dedica especial mención en su “Sacramentario” y en su “Antifonario”, y el Venerable Beda inserta su biografía en su “Martirologio”

 

          El periplo de las reliquias de la santa es, como ocurre con tantas otras reliquias, de lo más aventurado. En su“Sermón de Santa Lucía”, el monje de Gembloux Sigeberto (10301112) afirma que permanecieron en Sicilia hasta que Faroaldo, Duque de Espoleto, conquista la isla y las traslada a Corfinium, en Italia. En 972, el Emperador Otón I se las habría llevado a Metz, depositándolas en la iglesia de San Vicente, desde donde el brazo de la santa habría sido llevado al monasterio de Luitburgo en Spires. En el expolio de Constantinopla en 1204, los franceses habrían encontrado también reliquias de la santa. En Venecia se veneran también en la iglesia de San Jeremías, a la que son trasladadas cuando la iglesia de Santa Lucía es demolida, y donde su cabeza es recubierta en 1955, por expreso deseo del Cardenal Patriarca Roncalli, futuro Juan XXIII, de una máscara de plata (ver imagen). Se veneran también sus reliquias en la catedral de Bourges, en Francia. 

          Santa Lucía es como decimos arriba, la patrona de los ciegos. De hecho, su iconografía la presenta a menudo con una bandeja en la que reposan sus ojos eviscerados. Su martirologio no parece incluir dicho exorbitamiento, tampoco el vívido relato de Jacobo de la Vorágine, por lo que el origen de la tradición no está tan claro. Indudablemente, el propio origen etimológico del nombre que porta la santa, Lucía, la luz, invita al patronazgo. Precisamente vinculado a la luz, Dante Alighieri le reserva un papel en su Divina Comedia. Alguna leyenda podría hablar de que inspirada por el mandato de Jesús si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti” (Mt. 18, 9), Lucía se habría autoexorbitado los ojos para evitar que la gran belleza de los mismos pudiera constituir objeto de tentación para algún admirador.

            No es, de todas maneras, el único patronazgo gremial que ejerce, si bien todos estrechamente relacionados con el sentido de la vista y con la luz. Así, registra gran veneración patronal entre campesinos, electricistas, fotógrafos, afiladores, cristaleros. Es además patrona de Siracusa, también de Venecia. Amén de la escena que la presenta con los ojos exorbitados, su iconografía la representa también con una espada atravesada al cuello y desde luego con la palma del martirio. 

          Antes de la reforma gregoriana del calendario (pinche aquí si desea conocer interesantes detalles sobre ella), el día de Santa Lucía el 13 de diciembre caía en pleno solsticio de invierno, -uno de los días más sagrados del año hasta el punto de que no es casual que en él festejemos la Navidad-, algo que está estrechamente relacionado con la mucha tradición que se agolpa sobre su culto. De hecho, en Italia y en otros muchos países centroeuropeos y nórdicos, su festividad registra gran tradición y viene acompañada de jocosos festejos estrechamente relacionados con los niños.


           ©L.A.

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