En este puente de la Inmaculada, se ha celebrado el ENJ (encuentro nacional de jóvenes), organizado por la RCCE (Renovación Carismática Católica en España). Como en ediciones anteriores, un grupo de hermanos en la fe han participado en el mismo; y vuelven pletóricos. Han compartido su fe con cientos de jóvenes, y la han alimentado: con intensa oración, con formación y la celebración de los sacramentos. Dentro de un ambiente en el que viven y celebran con un lenguaje, con una música, y con diversas formas de expresión que no les son extrañas. Es en definitiva muy enriquecedor para ellos.
Esto me hacía pensar en lo poco que, en determinados sitios, se fomenta el que los jóvenes acudan a este tipo de encuentros, donde pueden descubrir y saborear la riqueza y diversidad de la Iglesia, que va mucho más allá de los limitados espacios en los que llegamos a encajonar la fe.
Aterrizo. Es un mal endémico de numerosos “colegios católicos” (-oiga, ¿es que aún existen colegios católicos?- Uy, qué delicado. Lo dejaremos para futuras entradas). Y me temo que también sucede en algunas parroquias, pues he sido testigo de ello. El mal consiste en creer que los jóvenes pertenecen a alguien (colegio o parroquia). Sólo han de participar en las actividades que en ellos se realice, pues de lo contrario, se corre el riesgo de que se “enamoren” de alguna otra realidad eclesial, y acaben viviendo la fe en una espiritualidad diferente, incluso emigrando a otro sitio. No se dice en voz alta, pero entre líneas puede leerse el discurso: mis jóvenes son míos, y de nadie más.
De este modo, colegios católicos, pastorales de juventud, y las propias parroquias acaban siendo pequeños reinos de taifas, donde cada uno hace la guerra por su cuenta en su afán por fortalecer en la fe a sus jóvenes (los que tienen dicho afán, pues otros son como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer), teniendo las cortas miras de que sus frutos reviertan en el propio colegio/parroquia, no en un cristiano adulto en la fe, que dé frutos por cientos o mil allá donde se encuentre. Se acaba así siendo tan resultadista y “corto-placista” como los políticos de nuestro tiempo. Y en el camino se pierden fuerzas, recursos, y lo que es peor, los propios jóvenes.
Y ojo, no hablo de mandar a los jóvenes a un sitio cualquiera donde quién sabe el tipo de formación que se les va a dar. No. El silencio y cerrazón de multitud de colegios y parroquias en la celebración de la JMJ de Madrid fue escandaloso. Esto por citar un ejemplo conocido, pero créanme que hay muchísimos más.
Por ello, a todos aquellos a los que pueda concernirles este tema les diría: busquen incansablemente todo aquello que sea lo mejor para la fe de sus jóvenes. ¡Lo mejor! No escatimen para ello tiempo ni recursos. No se avergüencen de que en otro sitio hagan cosas más enriquecedoras. No les aprisionen. Estimúlenles para que conozcan otras realidades, para que vivan su fe junto a otros, para que crezcan. Huyan como de la peste de la acción catequética que se está extendiendo por numerosos centros, en los que se cambia el nombre de Jesús por solidaridad. Pierdan el sueño por encontrar para sus jóvenes una formación y experiencia de fe VIVA, auténtica, fiel a la Iglesia, que toque y transforme sus vidas. Es el mejor legado que podrán dejarles. Es urgente e imprescindible. Y ante todo, aunque parezca mentira, es posible.