Si un hombre público es encantador en la distancia corta y desapacible en la larga es porque el astigmatismo social, enfermedad autóctona, impide mirar bien en España al que nada contracorriente. El español que nada contracorriente es consciente de que si se ahoga la sociedad neutral dirá que se lo ha buscado mientras que la parcial aplaudirá el desenlace. Hablo, claro está, de Hermann Tertsch.

A Tertsch sus propios enemigos le reconocen el talento, por lo que le reprochan que no lo utilice para brillar en cuatrocientos estilos.  Pero Tertsch sabe bien que nadar contracorriente es codearse con los pecios, por lo que prefiere la gloria de un naufragio a la miseria de una ahogadilla en una piscina cubierta, que es el hábitat de sus depredadores, esa gente a cuyo lado una gata arisca es Lina Morgan.