No me mueve a escribir este artículo ningún tipo de piedad religiosa, ninguna proximidad más o menos grande hacia la fe o hacia la práctica de la religión… me mueven apenas esos sentimientos que trae o debería traer de fábrica el ser humano, la simple necesidad de ser agradecido y de premiar, o al menos no castigar, a las personas que llevan en su intención procurarnos el bien.
Leo estupefacto en este mismo medio que un hombre que estuvo en coma pide una indemnización de 21.000 euros a quien le administró la extremaunción, y afirmo en el título de este artículo que cosa así no la hace un ateo, como dicha persona se define para autojustificarse, sino “una mala persona” (que conozco a ateos que son maravillosas personas, como conozco a “grandes cristianos” que son perfectos hidepú). Por todo lo cual, me parece que toca ahora explicarse.
Para empezar, hay situaciones en la vida cuya propia naturaleza no puede conducir a nadie que no sea un miserable a cosa distinta que a un deseo infinito de procurar el bien y de compartir la felicidad que produce la propia situación. No parece lo lógico, después de haber superado nada menos que un coma, tener por toda preocupación fastidiar a aquél que se aproximó a uno para intentar, -acertada o erróneamente-, hacerle el bien. En mi vida, he conocido verdaderos halcones de los negocios, incapaces de conmoverse ante el sufrimiento o la pena de aquél contra el que hacen una buena operación, que al superar un cáncer u otra enfermedad terrible, expresan eufóricos haber puesto orden en sus pensamientos, haber reconocido lo que es verdaderamente importante en la vida, el cariño, el amor, la amistad, la paz, la felicidad, la serenidad de espíritu... ¡que luego sea cierto! Pero de momento, sólo les anima un afán infinito y nuevo de hacer el bien y de compartir y repartir felicidad…
Por otro lado, la extremaunción es un rito que puede parecer esotérico, mágico, a todo aquél que no crea en sus efectos ni en lo que, según otros, es su verdadera naturaleza… Yo eso lo admito sin ninguna dificultad. Es más, comprendo que en todo aquél sin una profunda convicción cristiana, algo como la extremaunción no induzca a otra cosa que a la risa: ¡¡¡un tío con una falda, vestido de negro riguroso, que se presenta con un vulgar aceite de oliva que mima como si fueran pepitas de oro y se lo planta en la frente a un moribundo mientras pronuncia unas palabras mágicas dirigidas a un ser inexistente!!!… ¿puede mover a otra cosa que a la risa a quien no cree que detrás de ello haya algo más? De acuerdo pues, ¡¡¡pero es que es absolutamente inocua!!! No hace daño, no duele, no injiere en el tratamiento, no obliga a renunciar a ningún medio alternativo… ¡¡¡no se nota!!! El único efecto que podría llegar a tener, la salvación si se quiere, la curación incluso, ¡¡¡es aquél en el que la persona que en este caso la ha recibido declara no creer!!!
¿Se dan Vds. cuenta de que siendo esto así, la misma legitimación la tiene este señor para denunciar a cualquiera que haya tenido la osadía de rezar por su vida, que sea cristiano, que sea musulmán, que sea budista? Y yo me pregunto, si un bosquimano bienintencionado hubiera entrado en la habitación del señor en cuestión y sin haber hecho ruido alguno, sin haber contaminado, sin haber hecho daño ni perjudicado o molestado a nadie, sin haber entorpecido el tratamiento, hubiera trazado un círculo imaginario en el suelo y se hubiera introducido en él con las manos elevadas hacia el cielo para incurrir en trance por la sanación de esta persona (si es que tal ritual existiera entre los bosquimanos)… ¿también le denunciaría nuestro ateo en cuestión?
Desengáñese, amigo lector: quien haga cosa así no es un ateo, es simplemente un miserable que no pretende sino dar rienda suelta a sus resentimientos inconfesables o sacar beneficio pecuniario de cualquier circunstancia. Aunque tal circunstancia no sea otra que su propia desgracia (la de haber incurrido en un coma, en este caso). Aunque la persona expoliada sea, precisamente, aquélla que en semejante circunstancia se acercó a él en la intención, -acertada o errónea, insisto-, de procurarle un poco de bien.
Como ven Vds., no he pretendido en modo alguno hacer una defensa de los efectos benéficos de la extremaunción o unción de enfermos, de su carácter sacramental o de la conveniencia u obligación que tiene nadie de recibirla en su lecho de muerte. He hablado simplemente de la madera de la que hay que estar hecho para después de pasar por situación tan penosa como la de un coma prolongado y superarlo, no hallar otro aliciente en la vida que el de revolverse contra quien, -y lo diré por tercera vez, acertada o erróneamente, pero en cualquier caso de buena fe y sin infligir daño o perjuicio alguno-, se acercó a uno para procurarle el bien.
La próxima vez que le ocurra algo parecido a este señor se merecerá que nadie se acerque a su lecho. Y que si vuelve a despertar, se halle solo, sin nadie a su alrededor. Aunque sólo sea por la sencilla razón de que esa persona no es atea, no es descreída... esa persona es, simple y llanamente, en román paladino para que nos entendamos todos, una mala persona. ¿Se puede ser algo peor?
©L.A.
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