Amar es perseverar…, porque perseverar es amar. El que persevera mientras persevera está siempre amando. Ama lo que persevera y como lo ama lo desea y como lo desea persevera para obtenerlo. Así de simple es lo que pasa con el deseo de amar a Dios. Quien de verdad desea amar a Dios, persevera en su deseo de obtener lo que desea. El que no persevera no ama. Quizás lo más seguro es que engañe a los demás diciendo que ama, pero si no persevera no ama y lo que es peor, son muchos los que se auto engañan pensando que aman al Señor, pero no perseveran en el deseo de ese amor, de obtener ese amor, porque el que ama, no ya en la otra vida, sino en la actual, en la vida de este mundo, se obtienen muchos amando al Señor, tantos que el que no es perseverante no se los puede imaginar.

            La repetición continuada de una serie de actos, circunstancias o hechos en la vida humana genera una serie de fenómenos o reacciones negativas, como la rutina, la monotonía, el hábito negativo o vicio, la impaciencia o la apatía. Pero también se generan reacciones positivas, como la paciencia, la constancia, la fidelidad el hábito positivo o la virtud, y la perseverancia. La perseverancia, escribe Jean Lafrance, consiste en esencia en volver a emprender incansablemente el camino, suceda lo que suceda, después de cualquier tormenta o de cualquier periodo de flojedad…. Es una virtud profundamente humilde; recíprocamente la humildad es profundamente perseverante, no se desanima jamás. El orgullo es el que se desanima sólo él y es así porque el orgullo es el gran enemigo de la perseverancia. La perseverancia es una victoria sobre el tiempo. Entraña un reflejo de eternidad, porque es una forma de ejercitarnos en la eternidad que nos espera.

            La perseverancia, no puede darse solo a fuerza de voluntad. Uno nunca conseguirá ser perseverante en la vida espiritual, sino confía en el Señor y solicita su ayuda. Estamos frente a una fuerza otorgada por Dios, para que seamos capaces de cumplir lo que nos ha encomendado. Si perseveramos en el desarrollo de nuestra vida espiritual, apoyándonos en el don divino que esta virtud de la perseverancia es, tendremos una clara señal de la amorosa presencia del Señor en nuestro caminar.

            Todo lo que tenemos todo lo que recibimos son dones divinos. Alguien puede pensar: ¿También los males que recibimos? Pues sí también, porque si bien Él no los crea, pero si lo permite y lo permite en definitiva para nuestro bien, para que ellos nos ayuden a llegar hacia Dio. Todo lo que nos sucede sea bueno o malo, está querido o permitido por Dios, con mira a nuestra salvación final y aunque no lo comprendamos en ese momento, es lo que más nos conviene. Pues bien, a lo que vamos, la perseverancia es un bien que puede ser material o espiritual y como todo bien es Dios quien lo administra y nos lo puede donar. Y nosotros lo necesitamos, tanto en el orden material como en el espiritual, porque una persona sin perseverancia no llega a ninguna parte.

            Nos dice el Señor: “Con vuestra perseverancia salvareis vuestras vidas”. (Lc 21,19). Y San Juan nos dice, que es aquello, que es lo más importante y en lo que debemos de ser perseverantes: “4 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.”. (Jn 15,4). Y San Pablo escribe: “16 Vela por ti mismo y por la enseñanza; persevera en estas disposiciones, pues obrando así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen.”. (Tm 4,16) Y en la Carta a los hebreos, se puede leer: “Debemos correr con perseverancia en la prueba que se nos propone”. (Heb. 12,1).

            Es importante la petición que nos hace el Señor cuando nos dice: “4 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Al decirnos “Perseverad en mi amor, hay que comprender al Señor, Él tan solo tiene un temor: y es el de que nos queramos sustraernos a su amor. Esto le dolería infinitamente. Por eso nos suplica que nos dejemos ser amados por Él. Quiere, que le permitamos que nos haga participantes de su vida y de su gloria. Y para ello, nos pide también que seamos fieles a Él, como Él lo será con nosotros.

            Perseverancia y fidelidad son dos términos complementarios. Fidelidad expresa la condición de ser fiel, y ser fiel equivale, cuando se trata de personas, a ser exacto o igual a alguien. Ser fiel al Señor, es tratar de asemejarse a Él, y para semejarse a ti Señor, hay que amarte, pues como dice San Juan de la Cruz, el amor asemeja. Pero la fidelidad necesita una proyección en el tiempo, y es entonces cuando surge o nace el término perseverancia. Perseverar es triunfar, porque la perseverancia en la fidelidad, en querer asemejarse al Señor, es tener ya asegurado el triunfo, final de nuestra alma.

            Juan Pablo II, en una de sus múltiples viajes, concretamente en uno a México, dijo: “Toda fidelidad debe de pasar por la prueba más exigente: la duración…”. Es fácil ser coherente por un día o algunos días, pero es difícil e importante es ser coherente toda la vida, y eso es lo que tiene valor. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y solo puede llamarse fidelidad a una coherencia que dura toda una vida.

             El amor al Señor, nos exige un continuo, trabajo de perseverancia porque sin ella, no es posible ser fiel en el amor al Señor. Esto es, lo que también pasa en la vida humana en los matrimonios, si falla la perseverancia en el mutuo amor, termina fallando la fidelidad y se rompe el matrimonio antes de tiempo, se rompe un vínculo que nace de un sacramento. Cuando un matrimonio rebasa sus bodas de oro, generalmente solo la definitiva ausencia de uno de los cónyuges, es la que rompe el vínculo. La perseverancia en la oración, es donde se encuentra nuestra fidelidad al amor del Señor, y llevada correctamente esta perseverancia y su subsiguiente fidelidad,  el que así camina en su vida espiritual, tiene a su disposición una fuente de alegría, de esa santa alegría que nace de nuestra entrega al amor de Dios. El Señor es siempre fuente de alegría, su antítesis que es la tristeza es lo propio del demonio.

            Pero la falta de perseverancia sobre todo en la oración, es un enemigo que nos lo potencia el maligno. Ser perseverantes y fiel, no siempre es un camino de rosas, hay veces que el Señor, nos pone a prueba sea en el paso de una noche oscura o por otra forma que el crea conveniente. Esto que de entrada puede interpretarse con sentido negativo, es todo lo contrario, es muy positivo para nuestra vida espiritual. Ser perseverante y fiel  en el gozo es muy fácil pero serlo cuando nos ataca la desesperanza o el hastío es más difícil pero mucho más meritorio a los ojos de Dios. Santa Teresa de Jesús escribía a sus monjas en el libro Camino de la perfección, diciéndoles: Y no os quedéis en el camino, sino pelead como fuerte, hasta morir en la demanda, pues no estáis aquí para otra cosa, sino para pelear.

            Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

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