La segunda oración en importancia en la devoción cristiana después del Padrenuestro, (del que puede Vd. conocerlo todo si lo desea pinchando aquí) es el Avemaría: a tal respecto, lo primero que debe señalarse es que el hecho de que los cristianos recen a María, es el resultado de todo un debate que se da en llamar el de la “hiperdulía”, esto es, el culto que se puede rendir a María aún a pesar de no formar parte de la divinidad. Entre los más antiguos testimonios sobre el tema, tenemos la constitución “Cum praexcelsa” (1477) del papa Sixto IV, en la que leemos:
“Invitamos también a los fieles a celebrar misas y otros oficios divinos instituidos a este fin en la Iglesia de Dios y que asistan a ellos para que por los méritos y la intercesión de esta misma Virgen, estén más dispuestos para la gracia divina”.
“Invitamos también a los fieles a celebrar misas y otros oficios divinos instituidos a este fin en la Iglesia de Dios y que asistan a ellos para que por los méritos y la intercesión de esta misma Virgen, estén más dispuestos para la gracia divina”.
La constitución “Lumen Gentium” (1964) producto del Concilio Vaticano II es la que, sin embargo, estructura todo lo relativo al culto debido a María. En ella podemos leer:
“A María, exaltada por voluntad divina sobre todos los ángeles y hombres después de su Hijo, se la honra justamente por la Iglesia con un culto especial”.
El Avemaría es una oración claramente tributaria del Evangelio de San Lucas, si bien para llegar a la fórmula que actualmente conocemos, habrá de sufrir una larga evolución. Las primeras palabras del Avemaría se extraen del episodio de la Anunciación. Le dice el Arcángel Gabriel:
“Alégrate [ave] llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1, 28).
Las que le siguen proceden de la salutación con la que, en el mismo Evangelio, le obsequia su prima Isabel cuando recibe su visita:
“Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno” (Lc. 1, 42).
El hecho de unir un episodio y otro en una única oración es trabajo de Severo de Antioquía (m. 538). Amén de aparecer en una vasija de la época encontrada en Egipto, conocemos los comentarios que a la misma hace San Juan Damasceno (m. 749) en sus sermones. El Papa Urbano IV (12611264) añade los vocativos “María” al inicio y “Jesús” al final.
En cuanto a la parte última de la oración, la que reza “Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”, aparece por vez primera en unos escritos de la orden de los servitas, fundada por San Felipe Benicio en el s. XIII y en un breviario romano.
El Papa San Pío V en 1568, con ocasión de la reforma litúrgica que emprende consecuente con los dictados del Concilio de Trento, décimo noveno de los ecuménicos, fija el texto tal cual lo rezamos hoy día, a saber (entre corchetes la traducción latina):
“Dios te salve María [Ave Maria],
Llena eres de gracia [gratia plena]
El Señor es contigo [Dominus te cum]
Bendita tú eres entre todas las mujeres [benedicta tu in mulieribus]
Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús [et benedictus fructus ventris tui, Jesu]
Santa María, madre de Dios [sancta María, mater Dei]
Ruega por nosotros pecadores [ora pro nobis pecatoribus]
Ahora y en la hora de nuestra muerte [nunc et in ora mortis nostris]”.
©L.A.
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