La eficacia terapéutica de la intercesión está más que probada. Y sus efectos secundarios, también: el enfermo que recurre a la estampa de un cura fallecido no busca elevarlo a los altares, sino sanar, pero logra lo primero a consecuencia de lo segundo. La laicidad imperante, sin embargo, otorga a la rogativa un efecto placebo, de modo que cuando la ciencia médica no se explica una curación el laicismo no se plantea ni por asomo que doctores tiene la Iglesia.  

Pero los tiene. Y muy buenos, según se desprende de los resultados. Juan Pablo II y Álvaro del Portillo, por ejemplo, alcanzarán la santidad tras quedar acreditada la sanación de personas desahuciadas por la medicina que les invocaron para que pidieran a Dios no tanto una segunda opinión como una segunda oportunidad. Explícale esto, sin embargo, una sociedad que tiene una obsesión enfermiza con los genéricos. No otra cosa que la adicción española a la botica es la causa de que el ibuprofeno se haya convertido en el gin tonic de los fármacos.