La verdad frente a las mentiras (I)
(Sandro Botticelli. Galería de los Uffizzi. Florencia)
El escepticismo de Poncio Pilato cuando pregunta a Jesucristo ¿Qué es la verdad? no tiene salida desde sí mismo, porque el hombre descubre la verdad solamente cuando la busca fuera de sí. Pilato estaba delante de la verdad real pero estaba ciego para descubrirla. En cambio, el cristiano tiene seguridad de la verdad porque Dios le ha manifestado lo esencial desde los orígenes y quiere vivir en la verdad que genera el clima de confianza que necesita la sociedad.
La mentira y los mentirosos
Desde que en el exordio de la historia el hombre se apartó de Dios la mentira campa a sus anchas por el mundo. Quienes más mienten son los muchos que tienen el poder político, económico, o estratégico. En las guerras las mentiras alcanzan su Everest con propaganda a mansalva, manipulaciones y fake news.
Los grandes filósofos han estudiado a fondo esa capacidad de mentir del hombre apelando a la necesidad de convivir en paz: Sócrates con su altura de miras, Platón avisando de la tendencia a ver sombras en vez de la realidad porque es más cómodo. Kant apela a la rectitud de conciencia y a mantener las normas universales del comportamiento, porque benefician a la sociedad, mientras que la mentira va destrozando la convivencia.
En la Galería de los Uffizzi de Florencia se encuentra el famoso cuadro de Botticelli sobre la calumnia que equivale a un tratado sobre estos pecados. La historia es la siguiente: Apeles fue el pintor elegido por Alejandro Magno para perpetuar su imagen como deidad, luego acusado de traición por un pintor envidioso, y encarcelado por ello, aunque después de descubrió la verdad contra esa calumnia. Aparecen algunos personales como: Calumnia en figura femenina que arrastra a Apeles tomado por la melena, lo mismo la Sospecha, la Ignorancia, el Rencor, la Envidia, todas ellas ante el rey Midas, mientras en la parte más alejada se encuentra la Penitencia y la Verdad.
La necedad
«Cuando el sabio señala las estrellas el necio se detiene en el dedo», reza el dicho popular. Solo el hombre puede renunciar a la visión de conjunto como inclinación natural de la inteligencia, y prescindir de lo esencial mientras se emborracha de lo accidental. Vivimos tiempos de necedad: intelectuales orgánicos que se venden a la ideología renunciando a la verdad; artistas que prostituyen la belleza y provocan para ganar fama; políticos cegados por el sectarismo y sin un mínimo de ética; y hasta jóvenes que no quieren saber que están manipulados, y se consideran de izquierdas porque eso se lleva. Sin embargo, para tener visión de conjunto hay que elevarse con esfuerzo y sacrificar algo. Por ahí deberían ir las leyes de Educación en busca de una excelencia que todos podrían alcanzar en diverso grado, pues la fortuna premia a los esforzados (fortuna iuvat audaces), decían los romanos.
Otro dicho conocido es que «vivimos a hombros de gigantes»: son los sabios que nos han precedido y transmitido la cultura: Sócrates, Aristóteles, Cicerón, Tomás de Aquino, Dante, Leonardo, Erasmo, Bach, Kant, Ortega, y tantos otros. Por eso son necios los que quieren cambiarlo todo, y buscan hacer tabla rasa del humanismo, de la ética, de la cultura del esfuerzo, y del bien común.
La verdad frente a las mentiras (II)
La mentira y sus hijos
Según el Catecismo el hombre está llamado a vivir en la verdad que contempla el octavo mandamiento: No mentirás. Las ofensas a la verdad expresan, mediante palabras o actos, una negación a comprometerse en la rectitud moral.
En palabras de Jesús la mentira una obra diabólica: «Vuestro padre es el diablo... porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira» (Juan 8,44).
Lo específico de la mentira es la falta de adecuación entre las palabras o hechos y el pensamiento del sujeto, con independencia de que otros efectivamente se engañen o no. Unas mentiras se dicen o hacen para beneficio propio, y otras para perjudicar a otros o a sus intereses.
Una conciencia recta se esfuerza por no mentir y vacunarse contra las formas de mentira, y sus hijos como es el perjurio, son los juicios temerarios, las difamaciones, las calumnias, murmuraciones, y un largo etcétera. Porque además de ofender a Dios, aunque el descreído no se lo crea, degrada además la autenticidad y autoestima de la persona, y hace difícil la vida social fundada en la veracidad y en la confianza. Especial gravedad tiene la mentira cuando lesiona gravemente las virtudes de la justicia y de la caridad.
En nuestro mundo globalizado y en permanente conexión, donde las ideologías manipulan e impera tantas veces el anonimato, se destruye la reputación de personas e instituciones, hasta llegar al poder sin los requisitos democráticos. El respeto a la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra que puedan causarles un daño injusto, porque el derecho al honor y a la buena fama tanto propio como ajeno es un bien más precioso que las riquezas, y de gran importancia para la vida personal, familiar y social.
El falso testimonio y perjurio
Dice el Catecismo que: una afirmación contraria a la verdad posee una gravedad particular cuando se hace públicamente. Ante un tribunal viene a ser un falso testimonio, y cuando es pronunciada bajo juramento se trata de perjurio, y hay obligación de reparar el daño causado.
La especial importancia del perjurio reside en que la persona peca no sólo contra el octavo mandamiento -lesionando la veracidad y la justicia- sino también contra el segundo, al poner a Dios por testigo de una falsedad. Este pecado, como toda injusticia manifiesta, comporta la obligación de reparar el daño causado. Más vale prometer en un acto solemne que cometer perjurio aunque no sea persona creyente, porque no se trata de una norma moral de los católicos sino norma de ley natural para todos.
Los juicios temerarios
Al convivir y trabajar con tantas personas, familiares, amigos, vecinos, pueden cruzarse en la mente juicios precitados contra algunos de ellos, y suelen manifestar nuestra postura ante una persona determinada. La madurez personal, la experiencia de nuestros errores, y la caridad, llevarán a suspender el juicio incipiente y frenar la imaginación. El juicio temerario se da cuando, sin suficiente fundamento, se admite como verdadera una supuesta culpa moral del prójimo, por ejemplo, juzgar que alguien ha obrado con mala intención, sin que conste así. Ayuda mucho recordar el consejo serio de Jesucristo: «No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis, y no seréis condenados» (Lucas 6,37).
La difamación es cualquier atentado injusto contra la fama del prójimo: puede ser como detracción o maledicencia; y también como calumnia, que consiste en atribuir al prójimo pecados o defectos falsos. Esta calumnia encierra una doble malicia: contra la veracidad y contra la justicia, y es tanto más grave cuanto mayor sea la calumnia y cuanto más se difunda.
Quien ha caído en la difamación, ya sea murmuración o en la calumnia, está obligado a poner los medios posibles para devolver al prójimo la buena fama, en la que injustamente ha sido lesionado. Afirman los moralistas que se han de reparar cuanto antes también los daños materiales, que eficaz y culpablemente se han seguido de la difamación si se habían previsto, al menos confusamente. ¡Qué lejos queda esta actitud moral de justicia en una parte de la vida política actual -circulan los dossiers fruto podrido de ciertos espionajes- y en medios de comunicación: redes sociales, confidenciales, televisión, radio, y prensa escrita.
Por eso tienen mérito aquellos agentes de información y de opinión que se esfuerzan por ser veraces, constatar las noticias, y respetar la presunción de inocencia, derecho de todas las personas. Su lucha puede parecer desigual pero deben saber que una conciencia tranquila vale más que algún éxito informativo.
Información veraz
Dice también el Catecismo que «Dentro de la sociedad moderna, los medios de comunicación social desempeñan un papel importante en la información, la promoción cultural y la formación. Su acción aumenta en importancia por razón de los progresos técnicos, de la amplitud y la diversidad de las noticias transmitidas, y la influencia ejercida sobre la opinión pública» (n. 2493).
La información es un servicio al bien común pues la sociedad tiene derecho a la información fundada en la verdad, en la justicia y en la caridad, y además no todo el mundo tiene que estar enterado de todo, y menos de la intimidad ajena. Actualmente son frecuentes estas ofensas a la verdad o a la buena fama en los medios de comunicación.
También por este motivo es necesario ejercitar un sano espíritu crítico al recibir noticias de los periódicos, revistas, o televisión, porque una actitud ingenua o "credulona" lleva a la formación de juicios falsos. Siempre que se ha difamado en cualquier medio público existe obligación de poner los medios posibles para devolver al prójimo la buena fama que injustamente se ha lesionado.
Hay que evitar la cooperación en estos pecados. Coopera a la difamación, aunque en distinto grado, el que oye con gusto al difamador y se goza en lo que dice; el superior que no impide la murmuración sobre el súbdito, y cualquiera que aun desagradándole el pecado de detracción, por temor, negligencia o vergüenza, no corrige o rechaza al difamador o al calumniador, y el que propala a la ligera insinuaciones de otras personas contra la fama de un tercero.
Una sociedad digna del hombre tiene que estar construida sobre la verdad acerca del hombre mismo, de la familia y de las relaciones humanas. En este sentido, la doctrina cristiana ofrece una antropología realista que reconoce que todas las personas son criaturas de Dios, con igual capacidad para conocer la verdad y adherirse al bien, para responder libremente a la misión santificadora de este mundo y para establecer relaciones estables de fidelidad. Esta concepción esperanzada del ser humano es una luz creativa para cualquier cultura, sobre todo en tiempos de dudas acerca del ser humano y de escepticismo sobre la verdad objetiva capaz de edificar una sociedad sobre el sólido fundamento de la verdad.