En un artículo del sitio web Vatican Insider, escrito por Marco Tossati y fechado el 1 de diciembre de 2013, bajo el título “Laicos holandeses piden ayuda al Papa”, se informó sobre un grupo de católicos que han decidido unirse para relanzar el sentido y alcance de la fe cristiana en el país, pidiendo el apoyo de la Santa Sede ante una serie de decisiones tomadas por sus obispos que, en vez de ayudar, están provocando el desconcierto generalizado de los fieles; especialmente, por el cierre de aproximadamente 1300 parroquias y la demolición de miles de edificios eclesiásticos. ¿La razón? Responder al secularismo, creando nuevas súper parroquias, aunque –según se lee en el artículo- esto no ha sido tomado de la mejor manera, pues acusan a los obispos de  «haber elegido retirarse de sus obligaciones y responsabilidades para con su rebaño, citando una letanía de obstáculos sociales que son incapaces o no quieren afrontar». La iniciativa, lejos de buscar una confrontación, pretende dialogar y encontrar nuevas respuestas, sin que esto signifique terminar –por malas gestiones- con el patrimonio espiritual, cultural e intelectual de la Iglesia Católica holandesa.

Con la llegada del Papa Francisco, se ha retomado un debate muy interesante sobre el lugar que ocupan las estructuras en el ejercicio de la misión. Como siempre, no han faltado las opiniones encontradas; sin embargo, conviene rescatar la visión equilibrada con la que el Papa ha decidido abordar el tema. En la homilía matutina del 24 de abril del año en curso (2013), explicó que la Iglesia no es una ONG. Es una historia de amor… Pero ahí están los del IOR… disculpen… pero, todo es necesario, las oficinas son necesarias. Pero son necesarios hasta un cierto punto: como apoyo para esta historia de amor. Pero, cuando la organización toma el primer sitio, el amor se acaba y la Iglesia, pobrecita, se convierte en una ONG. Esta no es la vía”. Lo anterior, deja a la vista seis puntos claves:

PRIMERO: La Iglesia -por naturaleza- es una historia de amor. Es decir, una comunidad que busca hacer realidad el proyecto del evangelio alrededor del mundo. Sin el testimonio, pierde alcance y se convierte en una ONG cualquiera. Por lo tanto, las órdenes, congregaciones y movimientos no corresponden al activismo social, sino al apostolado propio de los cristianos, quienes contemplan a Dios, expresando dicha contemplación a través de obras e iniciativas concretas.

SEGUNDO: Las estructuras, son necesarias para organizar, impulsar y ejercitar la misión de la Iglesia. No se puede prescindir de la institución, pues los cristianos requieren de templos, parroquias, colegios, universidades, hospitales, casas hogar, etcétera para poder hacer presente a Cristo en la realidad temporal. Desprenderse de las oficinas o del Vaticano, traería como consecuencia que la Iglesia perdiera independencia, cayendo en malas manos.

TERCERO: Se trata de administrar con transparencia y profesionalismo los bienes de la Iglesia, velando para que los recursos estén al servicio de la fe y no al revés. Entender que las estructuras son el medio y nunca el fin.

CUARTO: Los laicos holandeses le han tomado la palabra al Papa Francisco, quien ha pedido una mayor participación de todos los bautizados en el futuro de la comunidad eclesial. Por lo tanto, se trata de una sana respuesta motivada a partir de una lectura positiva y responsable del Concilio Vaticano II. No son un grupo de rebeldes, sino hombres y mujeres comprometidos con la fe.

QUINTO: Últimamente, muchas diócesis, órdenes y congregaciones religiosas, han optado por vender e incluso donar sus bienes, pensando –ingenuamente- que con ello vendrá un nuevo Pentecostés. Si bien es cierto que la estructura no lo es todo y que se encuentra en un proceso dinámico de carácter económico y administrativo,  nunca hay que olvidar que se necesitan espacios físicos para garantizar la transmisión del Evangelio. No se trata de acumular riquezas o edificios abandonados, sino de darles un nuevo uso. Cerrar y vender tiene que ser la última opción y, cuando se elija este camino, hay que saber reinvertir los activos, pues luego se quedan únicamente en las cuentas bancarias, pudiendo utilizarse para fines acordes con la tarea de la Iglesia. La tentación de los religiosos y de las religiosas puede ser vender para ahorrarse compromisos y, desde ahí, poder asegurar su futuro financiero. Es importante que ahorren y puedan retirarse con dignidad; sin embargo, hay que saber trabajar y apostar por la misión.

SEXTO: La realidad de la Iglesia en los países más secularizados, no es una cuestión meramente estructural, sino misionera. La crisis no se va a resolver tomando decisiones precipitadas sobre los bienes, sino formando discípulos y misioneros, cuidando de que la pastoral sea integral; es decir, capaz de responder a las diferentes áreas en las que se desenvuelve el ser humano, empezando por los colegios y las universidades católicas, sin olvidarse de los más pobres.

En conclusión, una vez más hay que evitar las posturas extremistas. Ni hacer de la fe un negocio, ni ser ingenuos al querer o pretender quedarse sin espacios para poder reunirse y compartir la oración y los sacramentos, pues ya desde las primeras comunidades cristianas se vio la necesidad de contar con algunas casas disponibles para poderse encontrar los unos con los otros. 

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