Con sorpresa leo en este mismo medio que con tanta hospitalidad acoge a este servidor de Vds., que la principal potencia económica del mundo, un PIB de 16 billones de dólares (es decir 16 millones de millones de dólares) que representan casi el 20% del PIB mundial con una población que no llega al 5% de la del planeta, cierra su embajada ante la Santa Sede… ¡¡¡para ahorrar un millón y medio de dólares!!! Vamos, como la petrolífera que quisiera arreglar su cuenta de resultados dejando de comprar papel higiénico para el comedor social. Si yo fuera Obama, me ponía en contacto con otro tan progre y tan chanchi piruli como él, si no más, si no Más, si no Más… (¿van cogiendo el ingenioso jueguecito de palabras?) para que le explique cómo pagar una embajada cuando no hay ni pa medicinas…
 
            Más allá del estupor que causa la noticia y de que efectivamente se lleve a la práctica, pues otras fuentes hablan de un mero traslado de la embajada, creo que es un momento adecuado para que conozcamos algo más sobre las atribuladas relaciones diplomáticas vaticano-estadounidenses, que ahí donde lo ven, han pasado por más dificultades de las que nadie quepa imaginar. Y es que aunque el Vaticano pase por ser el creador, el “inventor”, de las relaciones diplomáticas –yo no sé si Vds. saben que en España el decano de los embajadores es el Nuncio papal, vale decir el embajador de la Santa Sede - la más que singular naturaleza del estado vaticano hace que no con todas las naciones del mundo mantenga relaciones diplomáticas sencillas. Y por difícil que se haga aceptarlo, Estados Unidos es una de esas naciones con las que la relación diplomática vaticana ha sido más complicada.
 
            La realidad es que las actuales relaciones diplomáticas entre el Vaticano y Estados Unidos apenas datan del 10 de enero de 1984, tiempos de Ronald Reagan y Juan Pablo II, es decir, no tienen aún ni treinta años. Y antes de esa fecha ¿qué?
 
            Pues bien, antes de esa fecha, en 1797 Estados Unidos y Vaticano abren relaciones estrictamente consulares, que no serán propiamente diplomáticas hasta el año 1848. Unas relaciones diplomáticas que no durarán, sin embargo, largo tiempo pues en 1868 la hostilidad de la presidencia norteamericana hacia los católicos que podría estar también en la base de este nuevo episodio del que hoy hablamos, produce el cierre de la embajada, coincidiendo por cierto, año más año menos, con la caída de los Estados Pontificios (). Un breve lapso de veinte años de relaciones diplomáticas que unidas a los casi treinta que se han cumplido ahora, suman cincuenta años de relaciones sobre un total de 237 desde que los Estados Unidos existen (porque antes, durante casi 1800 años más, la Iglesia existía, pero los Estados Unidos no). Bien poca cosa como pueden Vds. comprobar.
 
            El primer embajador de Estados Unidos ante la Santa Sede fue el protestante Jacob L. Martin, dándose la circunstancia de que apenas lo fue siete días, muriendo el 26 de agosto de 1848. Y luego, cuando las relaciones se restablecen en 1984, William Wilson, un nombramiento que se correspondió con el del Arzobispo Pío Laghi como nuncio papal en los Estados Unidos.

 
            La apertura de relaciones no se produjo sin dificultades derivadas de la esperable oposición ejercida desde ámbitos como el baptismo, el adventismo y algunos grupos protestantes, y vino precedido de tres de los siete viajes realizados por Juan Pablo II a la gran potencia del mundo, en 1979, en 1981 y en 1984. Visitas que no eran la primera de un papa a los Estados Unidos, pues antes ya habían visitado el país Pío XII en 1936, bien que cuando aún no era sino el Cardenal Pacelli, y Pablo VI en 1965, bien que oficialmente hablando, la visita no fuera “a los Estados Unidos de Norteamérica” sino a “Naciones Unidas”, cuya sede como se sabe se halla en Nueva York.
 
            Unas visitas que vinieron correspondidas en sentido contrario con las hasta catorce que los presidentes norteamericanos han venido girando a la Santa Sede, entre las cuales vale la pena reseñar la primera realizada nunca, la de Woodrow Wilson en el curso de su famoso viaje a Europa en 1919 que duró más de seis meses; la acontecida en 1963, cuando John F. Kennedy, primer presidente católico de los Estados Unidos visita a Juan XXIII, en el que, por cierto, constituyó su último viaje al extranjero antes de ser asesinado; y la que realizara el 7 de junio de 1982 Ronald Reagan en la que probablemente se dieron importantísimos pasos que pudieron conducir a medio plazo a la caída del Telón de Acero.
 
            La no existencia de embajada ante la Santa Sede ha venido paliándose mediante el envío de un enviado personal del Presidente.
 
 
            ©L.A.
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