El pueblo llano católico entiende bien la alusión de Francisco a la misericordia como inhibidora del temor a la muerte. El creyente sabe que ejercer la caridad es justamente lo opuesto a convertirse en el más rico del cementerio. Así que el mensaje del Papa ha caído en terreno abonado y, en consecuencia, dará treinta, sesenta o ciento por uno porque no hay nada más productivo que considerar al prójimo como el jugador que falta para echar un once contra once. Y no porque su presencia en el equipo sea imprescindible, sino por lo contento que se pone.
La misericordia, para serlo, requiere alegrarle el día al de fuera. No es el alcanfor que preserva el fondo de armario del católico, esto es, la fe entendida como camisa limpia para estar guapo uno mismo, sino el vehículo de transmisión que utiliza el creyente para contagiar el bien. Por eso resulta apropiado que el Pontífice recuerde la importancia de aportar bondad a la biología, que en lugar de la hermana atea del espíritu es el enlace con la vida eterna. Al fin y al cabo, RIP, en traducción libre, significa ahora viene lo bueno.