Génesis 1-2 narra de manera simbólica el origen del universo, enmarcándolo dentro de la obra creadora de Dios. Este mundo, al que llamaremos real, le va apareciendo casi a modo de evolución narrativa cada uno de los elementos que componen la naturaleza hasta aparecer el hombre como corona de esa creación de Dios. Es interesante descubrir cómo el autor sagrado a manera de poema va convirtiendo en un cántico la obra de Dios desde el primer día hasta el último de la creación, coronando cada estrofa con la frase “y vio Dios que era bueno”. Estos elementos de la naturaleza se van sucediendo unos a otros desde los más simples hasta el más complejo, por eso aparecen primero las plantas, luego los animales, hasta aparecer finalmente el hombre a la par de los diferentes astros y lumbreras del cielo. Este mundo del que habla la Sagrada Escritura es el mundo real en el que nos movemos y existimos, en el que nos relacionamos con los demás, amamos, creemos y morimos. Para conocerlo es necesario inmiscuirse en él, comprometerse con él y relacionarse con él, en el que se necesita viajar mucho para conocerlo personalmente y maravillarse ante su imponencia.

Pero existe otro mundo, uno ficticio, creado por el hombre, más fácil de conocer. A este se accede por medio de la tecnología: la internet y con ella los medios masivos de redes sociales: twitter, facebook, etc. En este, no cuentan los amigos y las personas sino los contactos, los seguidores fantasmas, aquellos que con un “click” se unen a nosotros y se convierten en gente sin rostro que inflan el ego y hacen sentir populares a quien sea.

En este mundo virtual, a diferencia del real, no existe la diferencia entre el día y la noche pues nunca duerme, nunca descansa, nunca se desconecta. A la hora que esté conectado siempre habrá quien le conteste desde cualquier rincón del planeta.

En el mundo real existen las personas, con rostros visibles, caras amables o necesitadas, gente real con problemas reales y sueños reales, aquellos que se pueden abrazar, besar, con quien se puede comer. Un mundo que nos deleita con sus colores y sus paisajes, que nos permite aspirar la brisa del mar o sentir el olor de una cascada, un mundo en el que los juegos son reales y se puede sudar hasta el cansancio, donde se puede sentir la humedad del pasto al amanecer cuando se patea un balón a pie descalzo.

Este otro mundo, el mundo virtual nos trae “amigos” virtuales, gente que no conoces y con quien hablas diariamente por tu BB por skype o por Messenger. Gente que está al otro lado del planeta que solo sabe dar click a tus estados de ánimo y desearte feliz cumpleaños cuando el sistema se lo recuerda. Este mundo tiene juegos virtuales, aquellos en los que no hay que salir de la habitación, que permite tener mascotas virtuales a las que hay que “alimentar” para que no se mueran de hambre; ejercicios virtuales donde ya no se necesita aspirar el aire de la naturaleza, ni hacer equipo o estrategia para el triunfo sino que solo basta ganar a la máquina. Aquí no hay necesidad de salir a contemplar la noche para divisar las estrellas pues todo lo muestra una pantalla para maravillarse en el monitor que nos muestra las más lejanas constelaciones.

Cada día, estos juegos virtuales, los hacemos más sofisticados con personajes que parecen cada vez más reales para que no haya necesidad de la comunicación y la comunión. ¿Recuerdan cuando empezó con el Atari? Pasó luego por el Nintendo, el Súper nintendo, el Play station, el Wii, el Xbox y el Xbox 360. A eso añádale que vienen en 3D para que todo lo virtual se vea más real. En fin es un mundo que hemos inventado para la diversión pero que ha ido acaparando poco a poco nuestra atención y ha reducido nuestra capacidad para las relaciones reales. Hoy estamos abiertos al mundo pero cerrado a los nuestros. Hoy hablamos con los que no tienen rostros y hemos dejado de lado a los que sufren junto a nosotros, a los que no miramos la cara por mirar la pantalla de nuestro pc, nuestro BB, del ipad, de la tablet. No me opongo a la tecnología, sino al mal uso de ella, a la usurpación de funciones y de relaciones, a llenar nuestras soledades con máquinas, a tener cientos de amigos virtuales y ninguno real, al sexo virtual, al juego virtual, al amor virtual. Cada cosa debe tener el lugar que le corresponde pero no podemos permitir que invadan espacios tan íntimos en el que ya no es posible vivir sin ellos o hayamos llegado a la nomofilia (adicción a la tecnología) y el descuido absoluto de nuestro entorno.

Una sugerencia respetuosa a todos los padres: enseñen a sus hijos a manejar primero su vida, a vivir independiente de la tecnología, a que entiendan que la tecnología es para el hombre y no el hombre para la tecnología. Posponga lo más posible la compra de un teléfono de alta gama, de un BB. Su hij@ no se traumatizará por no estar a la par de sus amigos.

Juan Avila Estrada Pbro.