El pasado día 24 el Papa Francisco rezaba ante la tumba de quien fuera el primero de sus predecesores, nada menos que San Pedro. Aunque la tumba es visitable por cualquiera sin más que obtener cita previa, Francisco es el primer papa que efectivamente la visita. Y luego hasta oficiaría una emocionante misa en presencia de nueve fragmentos que alguna vez formaron parte, según la tradición, de la osamenta del apóstol. Ocasión pintiparada para que nos preguntemos precisamente por eso, por las reliquias de San Pedro.
Lo que la tradición tiene como tumba de San Pedro se encuentra en las llamadas Grutas Vaticanas, que se hallan justo debajo de la Basílica de San Pedro. El culto a los restos de San Pedro remonta a los primeros tiempos de la Iglesia, existiendo tempranos testimonios literarios sobre él. Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica”, escrita hacia el 325, recoge éste que es uno de los más citados:
“Y no menos lo confirma un varón eclesiástico llamado Cayo, que vivió cuando Ceferino era obispo de Roma [esto es, entre 199 y 217]. Disputando por escrito con Proclo, dirigente de la secta catafriga, dice acerca de los mismos lugares en que están depositados los despojos sagrados de los apóstoles mencionados lo que sigue:
“Yo en cambio, puedo mostrarte los trofeos [los restos] de los apóstoles, porque si quieres ir al Vaticano o al camino de Ostia, encontrarás los trofeos de los que fundaron esta iglesia [se refiere respectivamente a Pedro y a Pablo]” (HistEc. 25, 6-7).
En cuanto al lugar que menciona el tal Cayo, parece lo lógico pensar que fuera el mismo o cercano a aquél en el que el príncipe de los apóstoles entregara la vida, coincidentes con el lugar en el que según testimonio del célebre historiador romano Cayo Cornelio Tácito en sus “Anales”, celebraba Nerón los espectáculos circenses en los que masacró a los cristianos a los que culpó del incendio de Roma provocado por él mismo:
“Fueron pues castigados al principio los que profesaban públicamente esta religión [el cristianismo] y después, por indicios de aquéllos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que se les impugnaba como por haberles convencido del general aborrecimiento al género humano. […] A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta manera los despedazasen los perros; a otros ponían en cruces; a los otros los echaban sobre grandes rimeros de leña para que ardiendo con ellos, sirvieses de luminarias en las tinieblas de la noche. Había Nerón diputado para este espectáculo sus huertos y é celebraba las fiestas circenses” (op.cit., libro XV)
Parece ser que en el año 258, para preservar las reliquias de San Pedro y también de San Pablo de la persecución del Emperador Valeriano (253-260), éstas habrían sido trasladadas a una cripta en la Via Apia, sobre la cual se erigió en el s. IV una iglesia consagrada a ambos apóstoles. Es el lugar en el que hoy contemplamos la iglesia de San Sebastián.
Restituidos los restos de cada uno de ellos a su lugar originario en tiempos de Constantino, este emperador hará erigir en donde alojó los de San Pedro una basílica que es la que será reemplazada, en el s. XVI, por el templo magnífico que hoy día contemplan asombrados, en la ciudad de Roma, propios y extraños.
Con estos antecedentes, entre 1939 y 1949 Mons. Ludwig Kaas (18811952) dirige los trabajos arqueológicos que culminarán en el descubrimiento de un complejo de mausoleos bajo los cimientos de la Basílica de San Pedro, la llamada Necrópolis Vaticana, datada entre los siglos II y III. El 23 de diciembre de 1950, durante el Año Santo, el Papa Pío XII, sin hablar aún de restos humanos, anuncia por radio que había sido hallada la tumba del apóstol.
En 1965, Margherita Guarducci, profesora de la epigrafía griega y antigüedades en la Universidad de Roma, halla una inscripción hecha con un punzón en la que se lee en griego “Petre eni”. Tras el muro halla un nicho forrado de mármol blanco y en su interior restos óseos. El estudio de los huesos revela que junto a los de varios animales, había huesos humanos, los cuales pertenecieron a un hombre robusto, que medía aproximadamente 1’65, de unos setenta años de edad y muerto entre los 60 y 70 años, todo lo cual cuadraba bastante bien con la figura de Pedro. El hallazgo lleva al Papa Pablo VI a anunciar que se habían encontrando los huesos de San Pedro, cosa que hace durante la audiencia general del 26 de junio de 1968 con estas palabras:
“Pío XII dijo en su mensaje de radio del 23 de diciembre de 1950: “la cuestión esencial es la siguiente: ¿se ha encontrado la tumba de San Pedro? La conclusión final de los trabajos y estudios responde a esta pregunta con un clarísimo “sí”. La tumba del Príncipe de los Apóstoles ha sido encontrada. Una segunda cuestión subordinada a la primera, concierne a las reliquias del santo: ¿Han sido encontradas? Nuevas investigaciones pacientísimas y rigurosísimas se han llevado a cabo después con resultados que Nosotros, animados por el juicio de autorizadas y prudentes personas competentes, creemos positivos: También las reliquias de San Pedro han sido identificadas de forma que podemos considerar convincente”.
El propio Pablo VI separará nueve fragmentos de los huesos en un relicario de madera que inscribe con esta inscripción: “Ex ossibus quae in Arcibasilicae Vaticanae hypogeo inventa Beati Petri Apostoli esse putantur”, “huesos hallados en el hipogeo de la Basílica vaticana que se considera son del beato Pedro Apostol”. El relicario permanece desde 1971 en la capilla privada del Papa, habiendo sido expuesto a los fieles hace tres días por primera vez.
Otro día hablaremos de las pruebas que existen de la presencia de Pedro en Roma, tema por el que quizás, deberíamos haber empezado, aunque la actualidad manda, y por eso he preferido empezar hoy con sus reliquias. Por hoy les dejo con este magnífico reportaje de la RAI 3 sobre la tumba y las reliquias de San Pedro. Son 10 minutos y está en italiano subtitulado en inglés, pero creo que con eso y con un poquito de buena voluntad, se puede entender bastante bien. Y es muy interesante, se lo aseguro.
©L.A.
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