Uno de los aspectos menos conocidos de la vida de Charles Darwin, a menudo considerado junto con Alfred Wallace como el padre de la teoría de la evolución, es su encuentro con el pueblo indígena selk'nam en la Tierra del Fuego, también conocidos como fueguinos.
Este pueblo indígena tuvo una gran influencia en el desarrollo de su obra "El origen de las especies". A partir de sus extensas y detalladas observaciones de su fisonomía y también de su comportamiento, llegó al convencimiento de que él, los selk’nam y todo ser viviente compartían un origen común. Pero esto no impidió que desarrollara una visión bastante negativa de ellos: "Me sorprendió ver que la diferencia entre el hombre salvaje y el civilizado era tan grande: es mayor que la diferencia entre un animal silvestre y uno domesticado. Esto se debe a que en el hombre existe una mayor capacidad de perfeccionamiento".
Otra conclusión a la que llegó era que no tenían religión alguna. Aquí pudo influir su experiencia personal. Darwin pertenecía a una familia cristiana, pero terminó por abandonar la fe recibida, lo que le llevó a oscilar entre el teísmo y el agnosticismo. La gran sorpresa fue que, unas décadas después, en 1924, un investigador de campo que vivió entre los selk'nam aprendió su idioma y estudió sus costumbres, dedujo que este pueblo poseía una concepción bien desarrollada de un dios a quien llamaban Watauinaiwa, “el eterno. El motivo por el que no fue fácil llegar a este análisis, esto le disculpa a Darwin, radica en que los selk'nam vivían la religiosidad como algo inseparable de lo cotidiano, a diferencia de nuestra sociedad occidental. Para ellos, la religión se fundía con las actividades cotidianas como la caza o la recolección de plantas, de manera que hacía difícil distinguirla. Podríamos asemejarlo a lo que le sucede a una persona que lleva una vida de oración, integrando en su lenguaje expresiones del tipo “gracias a Dios”, a la vez que ofrece todo al Creador desde su corazón. Si no supiéramos su idioma no nos percataríamos de su religiosidad.
El caso de los selk'nam no resulta aislado. Los antropólogos y misioneros han constatado a lo largo de décadas que las creencias sobrenaturales, aunque expresadas de forma muy diversa, tienen un carácter universal y, con frecuencia, más complejo de lo que parece a primera vista. Si bien en la antigüedad han existido pensadores que han cuestionado las creencias religiosas, tales como el griego Protágoras, solo a partir de la Ilustración empezamos a encontrar a un hombre escéptico, que niega de forma tajante la existencia de Dios. ¿Será que el progreso cultural y tecnológico es contrario a la religiosidad? No cabe duda de que podemos encontrar creyentes en todas las esferas de nuestra sociedad, pero sí que resulta cierto que se vuelve más difícil abrir nuestro corazón a Dios cuando nos sentimos más poderosos y seguros de nosotros mismos. Por algo dijo Jesús: “Yo te bendigo, padre, porque has revelado estas cosas a los sencillos y se las has ocultado a los sabios y poderosos”.