Hay familias enzarzadas en pleitos cainitas o que llevan generaciones sin hablarse porque se llevó a cabo un reparto injusto. Unos hermanos aprovechándose de las circumstancias promueven un reparto que perjudica al resto, o una herencia queda mal definida y no es posible el acuerdo. Esto es suficiente para provocar la más virulenta de las “guerras civiles” a nivel familiar.
La ruptura de España, para que sea pacífica, ha de pasar, primero por un acuerdo de reparto de los bienes, derechos, cargas y responsabilidades del Estado. La independencia no es una cuestión unilateral de los políticos de una región. Ha de ser un acuerdo de todos los “hermanos” sobre cómo separarse.
Si el reparto no es posible de ningún modo, habría que proceder primero a la liquidación del Estado y la total devolución de la Deuda Pública, para proceder después a una nueva división territorial y reasignación de contribuyentes.
Y tiemblo solo de pensar en qué más puede acabar cuando oigo hablar con semejante superficialidad y frivolidad a ciertos politicuchos, de esos que solo nos traen pobreza y corrupción, jaleados por sus palmeros, que también los hay entre el clero, de algo tan delicado como independencia y nacionalismos. Cuando jesuitas y claretianos catalanes le hablen de fantasías independentistas, pregúnteles cómo se hará el reparto y, en particular, quién pagará los casi 950.000 millones de euros de Deuda Pública que hoy pesan como una losa sobre todos los españoles, sus hijos y sus nietos.