Ya he leído el famoso y vilipendiado libro. Vaya por delante que ningún interés me une a su autora, Costanza Miriano, ni a la editorial Nuevo Inicio, que lo ha publicado en España. Y ni la una ni los otros precisan que yo, desde este humilde rincón del ciberespacio, venga a defenderlos. Han emitido comunicados de prensa clarísimos al respecto, para todo aquel que quiera entender. Para el resto, ya puede hablar a su favor hasta el mismo Papa, que van a seguir sacándole punta.
No obstante, no quiero dejar de compartir mi pequeña aportación sobre cuanto me ha aportado el libro, y perdónenme si no soy “políticamente correcto”, sino más bien osado. De lo primero, hay tantos en todas partes… así que voy al grano.
El libro es genial, de principio a fin. Su lectura es muy amena, y francamente divertida. Pero ante todo, es práctico, está aterrizado, y sirviéndose en muchas ocasiones del humor y de la ironía, hace un análisis certero de las situaciones que día a día se viven en la rutina de un matrimonio. Y lo mejor es que lo hace sin perder la perspectiva de una visión cristiana. Cualquiera que esté casado, sobre todo si tiene hijos, se verá reflejado en muchas de las escenas del agobio cotidiano que la autora describe. Esbozará más de una sonrisa, y a veces alguna carcajada, y se sentirá al fin comprendido por alguien, y aliviado al ver que el suyo no es un caso aislado.
Más allá de todo esto, encuentro fantástico el desenmascaramiento que la autora realiza sobre muchas de las mentiras que a nuestro alrededor se siembran y que, tantas veces, hemos asimilado como ciertas. Nos habla de ese concepto actual del amor en el que todo se basa en los sentimientos, y que condena al fracaso a toda relación cuando se apagan los hormigueos del estómago. Relata qué hay más allá del “fueron felices y comieron perdices”, cuando el príncipe llega al palacio y se quita la ropa de gala. Cita a los matrimonios que viven su relación como si de un contrato se tratara, exigiendo cada uno al otro sus derechos. Menciona también la esclavitud a la que el actual feminismo condena a la mujer, exigiéndole ser perfecta trabajadora, esposa, madre y ama de casa. Hay en él pañales, puntos de sutura, lactancia, playstation. Critica la condena impuesta a los niños, que en países como el suyo (Italia), y en este caso también como el nuestro, se ven privados de sus madres cuando más las necesitan, en contraposición a países del centro y norte de Europa.
Y ante todo, hace especial énfasis en que hombre y mujer puedan volver a encontrar su sitio dentro de sus matrimonios, de sus familias. Habla del servicio, libremente escogido y por amor, de la mujer a su familia, y de la recíproca entrega de su esposo. Desecha la actual idea de paridad, por la que hombres y mujeres deben repartirse las mismas tareas en igualdad porcentual, para dotar a cada uno de igualdad en dignidad, en aquello para lo que están llamados, lo que a cada uno le es natural, donde pueden dar el mejor fruto. Exalta el papel vital de la mujer en la familia, como la que une, sostiene, consuela; recuerda su inteligencia, su capacidad para lograr que los hombres sepan ser guías amorosos de sus familias, dispuestos a dar la vida en ellas y por ellas.
Qué poco se habla actualmente en la Iglesia de todas estas realidades que viven los matrimonios en su día a día. Qué poco de la rutina que los erosiona y destruye. Qué poco del mutuo servicio. Qué poco de la donación. Igualmente, no basta con alentar a tener hijos, si luego no hay acompañamiento alguno en el nuevo, basto y desconocido universo en el que uno se adentra con ellos.
Sería por tanto utilísimo que lo leyeran los novios que se preparan para el matrimonio, abriendo los ojos a lo que encontrarán en él, no a los príncipes y princesas y las empalagosas historias con las que Hollywood nos martillea desde nuestra más tierna infancia. Igualmente resultaría práctico para tantos matrimonios que se encuentran perdidos. Y también, ustedes me perdonen, para tantos sacerdotes que, ante la problemática a la que se enfrenta un matrimonio en su diario caminar, están más perdidos que la madre de Marco.
No puedo acabar sin recordar que el demonio busca, insistentemente, destruir los matrimonios cristianos. Es para él una obsesión. Este libro, por cuanto puede suponer de ayuda a un matrimonio, es seguro igualmente odiado por él. La persecución suscitada al escrito, a la autora, a la editorial, y al propio Arzobispo de Granada, así lo atestiguan. Ténganlo en cuenta cuando le inviten a condenarlo. Sé que muchos se rasgarán las vestiduras ante esto (“usted qué se cree”, “vaya osadía”, etc.), pero bendito sea Dios si sirve para que una sola persona se replantee que, criticando aquello que desconoce (curiosamente en consonancia con partidos políticos, sindicatos y medios de comunicación, que ya piensan y opinan por nosotros), puede que le estemos haciendo la cama al demonio.