El pasado jueves organicé una jornada técnica sobre cuestiones de ética ambiental, en el marco de una cátedra que estoy organizando en mi universidad. Preguntabamos a los ponentes cuáles eran sus motivaciones filosóficas o teológicas, si tenían alguna, para trabajar activamente en la conservación de la naturaleza. La mayor parte manifestaron que no tenían un ideario filosófico muy definido, aunque se mostraban más cercanos al biocentrismo. En cuanto a las posibles motivaciones religiosas, la mayor parte afirmaban que había mucha variedad entre las personas de su organización, si bien varios se inclinaban por mostrarse más cercanos al budismo, y alguno criticó la visión cristiana. Al terminar la sesión, en los prolegómenos de la comida, continuamos la conversación, y uno se mostró especialmente crítico con la Iglesia católica, a la que no sólo acusó de la crisis ecológica, sino también del atraso cultural y científico de nuestro país, además de otros aspectos que me llevaron a plantear con él un diálogo un poco más detallado sobre esas cuestiones. La postura que esta persona mantenía era, en pocas palabras, una cadena de tópicos que parecen tomarse "por defecto" en cualquier persona con un mínimo de inquietudes intelectuales en nuestro país. Como es lógico, hemos de admitir que ha habido sombras en la historia del cristianismo, como en toda sociedad formada por personas con defectos, pero de ahí a la colección de generalidades que se manejan hay una distancia que espero algún día -quizá con una mejor formación en los colegios y universidades- tienda a reducirse.
En la legislación ambiental existen, en líneas generales, dos tipos de planteamientos, los que ponen la carga de la prueba en el supuesto contaminador o en quien lo denuncia. La diferencia entre ellas es muy relevante. Si quien pretende, por ejemplo, poner una industria potencialmente contaminante tiene que demostrar antes que su actividad es inocua, el esfuerzo añadido a la inversión puede ser muy considerable. Si, por el contrario, quien sospecha de que puede haber contaminación es quien tiene que demostrarlo, el esfuerzo y la inversión económica recae en la sociedad civil, con muchos menos recursos para afrontar esa defensa. Parece lógico que sea la industria que va a introducirse en una región quien demuestre que no tendrá impactos negativos, pero muchas legislaciones -sobre todo las que favorecen el "desarrollo" a toda costa- ponen en ellas la posición más ventajosa.
Pensaba en este ejemplo para referirme al diálogo que tan frecuentemente tengo que mantener con colegas y amigos del mundo universitario sobre el papel de la Iglesia en la Historia, y particularmente en la Historia de España: de entrada es culpable, de cualquier cosa, y somos los cristiano-católicos quienes tenemos que demostrar que no lo es. Aunque la Iglesia haya promovido y fundado la práctica totalidad de las universidades en nuestro país hasta el s. XIX, por defecto es contraria a la ciencia; aunque haya sido el principal mecenas del arte, y disponga del mejor patrimonio monumental, es contraria a la cultura; aunque tengamos una tradición mística inigualable, como me decía el colega al que antes citaba, ¡¡hasta somos contrarios a la meditación!! En fin, poco más le falto a mi interlocutor achacar a la Iglesia la crisis económica o la derrota del Atletico de Madrid en la final de la copa de Europa de 1974.
Curiosamente, estos intelectuales convencidos de la maldad de catolicismo "institucional" (muchos aprecian, o dicen apreciar, el Evangelio), nada dicen del impacto que ha podido tener la Iglesia sobre el carácter alegre y abierto de los españoles, que casi todo el mundo aprecia, sobre la fortaleza de la familia en nuestro país, sobre nuestro carácter solidario (primer país en donación de órganos, por ejemplo), o sobre otras muchas virtudes de nuestro pueblo. Parece que eso ha nacido por generación espontánea, o que tiene que ver con las calendas de julio o una confluencia astral fortuita. Pero no es así, está ciertamente ligada a nuestro catolicismo cultural, como prueba que esas virtudes estén debilitándose en las últimas décadas, precisamente por el abandono generalizado de esas raíces religiosas. No hace falta ser tan perspicaz para captarlo, basta olvidarse de los prejuicios, conocer la Historia, con mayúscula, y estar abierto a la realidad social contemporánea.