Había leído sobre santa Gertrudis como una precursora de la devoción al Sagrado Corazón y una de sus primeros apóstoles. Sabía que, favorecida con revelaciones, había reclinado su cabeza sobre el pecho del Señor y había oído los latidos de su corazón. Pero he de reconocer que ignoraba por completo el sobrenombre de "la Grande" con la que pasó a la historia.
Un reciente artículo de Jared Staudt me ha puesto sobre la pista de este hecho único. Los "grandes" de la historia han sido figuras históricas que llevaron a cabo grandes hazañas o conquistas, desde Alejandro Magno, hasta el zar Pedro el Grande, pasando por Carlomagno o Federico el Grande. También ha habido Papas "grandes": León o Gregorio Magno, Papas que guiaron la Iglesia a través de tiempos tormentosos, y tenemos también a san Alberto Magno, renombrado por su síntesis filosófica. Pero la grandeza de santa Gertrudis, la Grande, la única santa que recibe este sobrenombre, es de otro tipo.
Su vida no es rica en grandes hechos externos, sino que transcurrió desde los cinco años en el monasterio de Hefta, en Alemania. Allí, Jesús se le apareció en diversas ocasiones y la favoreció con revelaciones de tierno amor e intimidad. Conocida es la pregunta que la santa realizó a san Juan Evangelista: al escuchar el palpitar de su Corazón, Gertrudis se tornó hacia San Juan, quien estaba también presente, y le preguntó si había escuchado lo mismo en la Última Cena, cuando se reclinó sobre el pecho del Señor y si así era por qué no lo había relatado en su Evangelio. San Juan contestó que la revelación del Sagrado Corazón de Jesús estaba reservada para tiempos posteriores, cuando el mundo, aumentando en frialdad, necesitaría ser reavivado en el amor.
Es curioso y significativo, cuando uno se acerca a los escritos de la santa, el contraste entre las palabras de Jesús, que afirma que no hay otra criatura en la Tierra en quien encuentre mayor deleite, con las de la propia santa Gertrudis, que se sorprende del dulce amor de Jesús hacia "el vil gusano que soy, reptando en mis negligencias y pecados".
Habría mucho que decir de esta gran mística, pero me quedaré con esa grandeza que desconocía. Grandeza que no es la de este mundo y que nos muestra que la verdadera grandeza no consiste en hacer actos grandilocuentes, sino en incorporar nuestra vida, con todas sus miserias, a la vida de Cristo. Y es que la verdadera grandeza no es otra que la santidad.