Estoy convencido de que fue una certeza y no un propósito la que convirtió al hombre en sedentario: este sitio es bueno para hacer palafitos. La vida como mesa camilla en lugar de la vida como aventura. Nada que ver con la propuesta de Jesús, que nos pidió estar despiertos, esto es, ser trashumantes, para hacer el camino de santidad con su asistencia en carretera. Al fin y al cabo, si el trashumante sabe bajo qué chopos se echan las mejores siestas es porque Dios no nos quiere cansados, sino alegres.
La alegría es consustancial a la trashumancia que nos propone Jesús. Es la hogaza, el perro y la vara del católico andante, la música pegadiza que tararea el feligrés, la canción del verano del creyente. La alegría es también el traje chaqueta que ha utilizado a diario la Iglesia durante el año de la fe que ahora concluye para vestir a un santo sin desvestir a otro, ya que a la sonrisa tímida de Benedicto le ha sucedido el apacible entusiasmo de Francisco. Y todos tan contentos.