Si en la cultura predominante visual en la que vivimos el contenido aún es “rey”, pues el aspecto, la presentación y las formas de ninguna manera pueden ser considerados “peones” disponibles para el sacrificio. A La forma debería atribuírsele – como mínimo – el rol de “reina” en la partida apostólica que diariamente los católicos nos jugamos en los medios de comunicación. Aunque muchas veces no seamos conscientes, ellas mismas comportan un mensaje que hoy más que nunca los internautas, especialmente los jóvenes, saben leer, o mejor dicho, intuir. Podríamos decir que las formas están cargadas de “connotaciones” que tiñen en un modo o en otro la decodificación del mensaje: un logo mal digitalizado, contrastes de color mal calibrados, letra demasiado grande (o pequeña), bombardeo de widgets, recuadros asimétricos, fondo oscuro, títulos excesivamente largos, híper-vínculos rotos o largos, etc. son sólo algunos elementos de los cuales un usuario extrae una idea – no siempre bien categorizada – de lo que puede esperar al leer nuestro contenido: “no debe ser algo muy actualizado”, “probablemente no sea interesante”, “¿qué idea me querrán vender”, “parece un blog descuidado”, “lo debe haber escrito un aficionado”, etc.
De acuerdo, “el contenido es rey”, pero, No tienen ningún sentido. Si un usuario inicia la lectura de nuestro material partiendo de una intuición negativa, nuestro contenido no sólo tendrá la responsabilidad de ser bueno y claro, sino que además deberá sobreponerse a un “hándicap” para el cual – muy probablemente – no lo habíamos preparado. Además, esto se aplica sólo si esta intuición del usuario no es lo suficientemente negativa como para descartar de saque la lectura misma; algo que sucede con mucha frecuencia dado que la cantidad de material online es enorme y el tiempo de los internautas es muy limitado. En ajedrez como en internet, muchas batallas se ganan sabiendo usar bien a la reina.
Por último, si realmente creyésemos que “el contenido es rey” deberíamos valorar mucho más la realeza del mensaje que tenemos entre manos. Nosotros anunciamos al Señor Jesús y sabemos que sus palabras son las únicas que conducen a la vida eterna. No puedo no rebelarme interiormente cuando pienso que existen personas cuyos mensajes son inocuos, e incluso - muchos de ellos - basura, y sin embargo ofrecen la trivialidad de sus reflexiones recubiertas en oro, plata y piedras preciosas; mientras nosotros, portadores del único tesoro por el cual vale la pena dar la vida,
En el triste mercado del mundo online, comprobamos con dolor que son más las personas que compran basura embellecida, que tesoros descuidados. Esforzarnos más por mejorar nuestra comunicación, nuestra tecnología y nuestras formas, no es la respuesta final a todos los desafíos del apostolado en los medios de comunicación. No lo es. Pero sin duda es un paso de coherencia con nuestro mensaje, y de amor a nuestra misión.
(Aprovecho para rescatar el trabajo de una gran cantidad de proyectos católicos que han empezado a asumir este hermoso reto. Todos ellos son un fuerte signo de esperanza y un gran aliento para los que estamos apuntando en la misma dirección)