Utilizar la maroma para hacer encaje de bolillos y el insulto para argumentar la crítica es recomendable sólo si  a uno le da igual la calidad de la colcha y del razonamiento. Una crítica soez es como un disparo de postas: darle a la perdiz, le das, pero después no hay quien se la coma.  La crítica elegante, en cambio, es una aguja bien enhebrada, con la reflexión en el papel de dedal y la sutileza como velcro. Lo ha demostrado el arzobispo de Granada, Javier Martínez, en un comunicado impecable a cuenta del libro Cásate y sé sumisa con el que ha puesto delante del espejo a la madrastra de Blancanieves, la prensa maniquea, el ariete que utiliza el laicismo para intentar demoler la piedra angular.

El comunicado, un ejemplo de serenidad literaria, parece escrito después del primer café. No hay en el artículo irritación, sino sosiego, como si monseñor le hubiera pasado el borrador a Dios antes de publicarlo. Y a Azorín, dado que no es posible leerlo entre líneas, tal es su claridad expositiva. Martínez no expresa lo obvio, pero sí lo lógico: que el libro editado por su editorial no propone maltratar a las mujeres, que él tampoco, que insultar a la religión sólo es factible en el ámbito cristiano, que el fin último del ataque es acabar con la presencia del principio, el Verbo, y que el texto no contraviene la postura de la Iglesia sobre el matrimonio. Mal que le pese al laicismo la postura de la Iglesia respecto al sacramento no está reflejada en el Kamasutra.