A cuenta de su pachanga con el combinado de Guinea Ecuatorial a la selección española de fútbol se le puede decir lo que espetó Churchill a Chamberlain: “Elegiste el deshonor y tendrás la guerra”. El deshonor de jugar para blanquear la imagen de un sátrapa y la guerra mediática de los seis días, que es lo máximo que dura aquí una polémica. Desde luego, jugar el amistoso patrocinado por el dictador Obiang es inaceptable desde cualquier punto de vista. Ni siquiera tiene una justificación deportiva si se tiene en cuenta que en esa parte de África no se forjan los pichichis. De modo que propiciar el choque de la mejor medular de la historia con un grupo de inofensivos laterales viene a ser como enfrentar a Nadia Comaneci con la Venus de Milo en el ejercicio de paralelas.
Pero este es un escándalo sazonado de hipocresía. Hace poco se celebraron en China unas Olimpiadas y nadie se echó las manos a la cabeza por la amplia participación española en un país gobernado por otra dictadura, aunque sea la del proletariado, porque puesto a tiranizar lo mismo da que el que mande vista esmoquin que mono de trabajo. En esa China aceptada por el mundo libre acaba de morir Pedro Liu Guandong, obispo emérito de Hebei, que pasó 23 de sus 94 años en la cárcel, tal que si Pekín le hubiera aplicado la doctrina Parot, por el delito de lesa humanidad de defender a la Iglesia católica en su país. China, claro, es el gigante asiático, y Guinea, el pigmeo africano, pero aplicar la lógica geopolítica a la injusticia es darle patente de corso al Napoleón de turno.