Todo ser humano…, desde el mismo momento de su nacimiento ya empieza a dar signos de lo que tendrá el día de mañana, una verdadera obsesión por ser feliz, pues quiere estar cómodo y que nada le moleste y además que no le moleste su estómago pidiéndole agua o comida que le quiten esos gases que le incomodan y si no le hacen caso, berrea como un venado en tiempo de celo, queriéndonos decir a los adultos, que él ha venido a este mundo para ser feliz y no está dispuesto a sufrir ni por nada ni por nadie.
Este ansioso deseo de felicidad que tenemos los hombres, es solo propio de nosotros, ningún animal, sabe lo que es la felicidad ni la conoce ni la desean, no tiene miedo a la muerte, ignora todo el mundo de conocimientos o de suposiciones que nosotros tenemos alrededor de la muerte; tema que genera tal categoría de miedo, que para muchas personas es un tema tabú, y no quieren ni oír este terrible o consolador término de muerte. Solo nosotros, tenemos en exclusiva la patente del deseo de adquisición y uso de este producto que nos lleva siempre de cabeza y que se llama deseo de ser feliz.
¿Y esto porque es así? Sencillamente, porque Dios nos crea a imagen y semejanza suya, para ser inmortalmente felices participando de su gloria, como hijos suyos, porque, tal como nos dice San Juan “1¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. 2 Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. 3 El que tiene esta esperanza en él, se purifica, así como él es puro”. (1Jn 3,1-3).
Y por lo tanto estamos creados para gozar de una felicidad que ningún ser viviente la conoce, hasta que no alcance la gloria eterna. Una de esas esa improntas, de esos sellos divinos, con que Dios nos distingue de los animales, es el anhelo, el deseo de felicidad, que tenemos todo ser humano. Buscamos en este mundo, una felicidad, que aquí abajo es imposible de encontrar, porque hay que tener en cuenta, entre otras razones que para que una felicidad sea perfecta, ha de ser eterna, su duración ha de carecer de límites, pues el solo pensamiento de que una felicidad tal como le ocurre a la terrenal, llegará un momento en que se nos acabe nos amarga el disfrute de ella. Y para tratar de encontrar algo que nos sirva de paliativo o calmante al fuego de este deseo de ésa felicidad que llevamos dentro de sí, organizamos nuestra vida y actividad en función de esa búsqueda y si es necesario llegamos algunos a robar o a matar, si fuera necesario. Y cuando nos vamos dando cuenta, de que estamos metidos en una estéril lucha para encontrar una quimera de oro inexistente, la sensación de fracaso nos agobia y nos amarga la vida.
Para dominar correctamente este problema, del cual nadie se escapa, hay que tener en cuenta varias consideraciones. La primera de todas, es tener presente que es la contemplación del Rostro de Dios de donde emana esa felicidad que aquí abajo buscamos y no encontramos. Por lo tanto se trata de una felicidad perteneciente al orden del espíritu pues Dios es Espíritu puro. Lógicamente hemos de abandonar este mundo y ser purificados debidamente si fuera necesario, en el Purgatorio para alcanzar esta dicha. Aquellos que no alcancen esta situación y sean reprobados jamás contemplarán el Rostro de Dios, y a los pesares que se padecen y ellos padecerán en ese mundo de odio y tinieblas llamado infierno, se les añadirá el sufrimiento de no poder ver el Rostros de Dios, lo cual puede ser que ahora les importe un pimiento, porque desconocen la tremenda trascendencia que tiene esta contemplación, pero allí si la comprenderán.
Ahora aquí abajo, podemos luchar por la adquisición de dos clases de felicidad terrenal, llamándole felicidad terrenal al remedo que buscamos para calmar nuestros deseos de felicidad eterna. Esta felicidad terrenal puede ser a su vez, de dos diferentes clases una material y otra espiritual. La material, da satisfacción a nuestro cuerpo más que a nuestras almas y ella, nos entra esencialmente por medio de los ojos materiales de nuestro cuerpo, que disfrutan con el uso y nos donan esas satisfacción, por la posesión de diversos bienes materiales, como son, por ejemplo, la posesión de casas, coches, joyas, cuadros, muebles, y en grado aún superior y más elevado, la posesión de fincas, cacerías, safaris, viajes por el mundo aviones o yates, y la posesión adicional directa, de grandes industria, fábricas u otros medios de producción o la posesión indirecta, de estos bienes, a través de las acciones o participaciones mercantiles.
La posesión de todos estos bienes, no siempre producen la felicidad, que creen que proporciona los que no los tienen, pues crean un sin fin de problemas, laborales, fiscales y de todo orden que le amargan a más de uno el pretendido dulce, corriéndose además el riesgo, de que algunas veces resulta que todo termina en bancarrota y demandas judiciales. Pero el ser humano, ve más la parafernalia que se manifiesta al exterior, que las cruces que se llevan dentro. Amén, de que la posesión de bienes, incita siempre al poseedor a la soberbia y todo clases de vicios, pues todo vicio por el mero hecho de serlo, tiene su raíz en la soberbia humana.
La segunda clase de felicidad, es la que nos da la felicidad de orden espiritual, que si bien esta, no es ni sombra de la que les espera a los que se salven por su amor a Cristo, ella es un remanso de paz y bien en este mundo. Esta felicidad es la que nos proporciona el desarrollo de nuestra vida espiritual. Así como para poder apreciar la felicidad material, si emplean los ojos materiales de la cara, para poder apreciar la felicidad espiritual es necesario tener desarrollados los ojos espirituales de nuestra alma, porque es ella, nuestra alma la que aquí abajo, está capacitada para apreciar el amor y las bondades de Dios y en el cielo ella será y no nuestro cuerpo la que contemple el rostro de Dios.
Es muy difícil, hacerle comprender a un alma sin la ayuda de la gracia divina, por no decir imposible, que la felicidad que busca y desea alguien sin saberlo, no se encuentra en las materialidades de este mundo sino en la belleza del alma que tenemos y de la que Dios ha hecho de ella su templo, el lugar donde Él quiere inhabitar. Me decía una persona a la que Dios en la primera fase de su vida, quiso que probase todas las pretendidas mieles, de la felicidad terrenal material, y después un día le abrió los ojos de alma y vio que no había punto de comparación, entre las mieles de la felicidad terrena y las que nos puede proporcionar nuestra alma, si perseverantemente insistimos en amar cada vez más al Señor. Él hace que día a día, nuestro amor a Él vaya aumentando y abriéndonos más lo ojos de nuestra alma, los cuales nos proporcionan la posibilidad de sentir en todo nuestro ser, el infinito amor con que, Él nos ama y nos desea, mucho más de lo que nosotros podemos llegar a amarle y desearle a Él, porque nosotros somos criaturas limitadas y Él es infinito, es ilimitado en todo. Él es el todo y nosotros somos la nada.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Otras glosas o libros del autor relacionados con este tema.
- Libro. DEL SUFRIMIENTO A LA FELICIDAD.- www.readontime.com/isbn=8460999858
- Libro. CONVERSACIONES CON MI ÁNGEL.- www.readontime.com/isbn=9788461179190
- Libro. CONVERSACIONES CON MI DEMONIO.- http://www.readontime.com/ISBN=9788461650880
- Felicidad eterna 03-03-10
- Buscar la felicidad, sus consecuencias 17-01-12
- Felicidad y placer 14-04-12
- Felicidad en este mundo 18-05-12
- Camino a la felicidad 25-10-12
- Santidad y alegría 11-09-11
La fecha que figura a continuación de cada glosa, es la de su publicación en la revista ReL, en la cual se puede leer la glosa de que se trate.
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