Ven, musa de mis amores,
ven, ángel de mi cariño,
a verter todas tus flores
sobre la cuna de un niño.
Mírale desabrigado
en el rincón de un portal
como un mísero mortal
sobre un pesebre acostado.
Haciéndole compañía
hay una mula y un buey,
y ese niño es, alma mía,
tu Esposo, tu Dios, tu Rey.
Adórale con fervor
pues dejó los altos cielos
para fundir nuestros hielos
en el fuego de su amor.
No tiene apenas camisa
el que engalana las flores,
mas buscando su sonrisa
vienen reyes y pastores.
Los ángeles han cantado
su gloria desde la altura
y una estrella le ha anunciado
de sin igual hermosura.
Anda y cántale también,
musa mía, tus canciones
a ese Niño de Belén
que roba los corazones.
Es blanco como el armiño
y rubio como un lucero,
¿cuándo se ha visto otro niño
más guapo y más retrechero?
Entre sus labios florece
el rosal de Alejandría
y a todas horas del día
por sus ojos amanece.
Sin mancilla y sin dolor
le ha parido una doncella,
criatura la más bella
que formara el Hacedor.
María, la esposa buena
del carpintero José
a quien llamó en Nazaret
un ángel de gracia llena.
Virgen casta que escuchando
la embajada celestial
solo asiente asegurando
su pureza virginal.
Humilde como la tierra
que al brotar de ella las flores
bajo sus hojas se encierra
ocultando sus primores.
Da a luz al Dios de Israel
y de sí misma se olvida
para ser toda de aquel
que trajo al mundo la vida.
Ella le arregla las pajas
que forman su humilde lecho
con amor le da su pecho
y le envuelve en pobres fajas.
Si acaso llora, le mece
San José con dulce canto,
y Jesús oyendo al Santo,
en sus brazo se adormece.
¡Oh, Patriarca dichoso!
¡Oh, felice Carpintero!
déjame a ese Niño hermoso
porque también yo lo quiero.
Le quiero, sí, aunque insensato
muchas veces le he ofendido
pero aunque haya sido ingrato
impío jamás he sido
Déjamele que le admire
y bese su hermosa frente.
que le adore reverente,
que por su Cielo suspire.
Si llora, yo que me sé
la causa de su lamento,
para que calle al momento
mis pecados lloraré.
¿Verdad que sí, Niño Santo?
Tú no odias al pecador;
como te llame en su llanto
pronto le vuelves tu amor.
Ven a mí, Niño inmortal,
de tu amor mi pecho llena
y en eterna Nochebuena
coloca en él tu Portal.
Beato Saturnino Ortega Montealegre (publicado en El Castellano el 26 de diciembre de 1911, hace ciento ocho años), arcipreste de Talavera de la Reina que sufrió el martirio por odio a la fe en la madrugada del 6 de agosto de 1936, en la localidad de Calera (Toledo).