El pasado 6 de noviembre se celebró, por primera vez, la fiesta litúrgica de 1.020 Beatos Mártires de la persecución religiosa en España (los 498, beatificados en 2007, a los que se acaban de sumar los 522, beatificados en 2013).
El grupo está formado por 5 Obispos (los Beatos Cruz Laplana de Cuenca, Narciso de Estenaga de Ciudad Real, Salvio Huix de Lérida, Manuel Basulto de Jaén y Manuel Borrás, obispo auxiliar de Tarragona), 106 sacerdotes diocesanos; 15 Operarios Diocesanos; 874 miembros de Institutos de Vida Consagrada (religiosos); 1 diácono; 1 subdiácono; 4 seminaristas y 14 seglares.
El grito de ¡Viva Cristo Rey! estuvo presente en su muerte, como lo estuvo en su vida. A lo largo de las próximas entregas presentamos estas reflexiones ante la inminente celebración, a final de mes, de la Solemnidad de Cristo Rey y la clausura del Año de la Fe.
Yo he vencido al mundo
El 7 de abril del año 30, a las 15 horas, fuera de las murallas de Jerusalén, un análisis realista habría constatado un fracaso total, un hombre totalmente vencido y una misión aniquilada. Y habría juzgado ridículas y veleidosas las palabras que había pronunciado pocas horas antes:
“En el mundo tendréis grandes tribulaciones, pero tened confianza: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33).
Jesús, Nuestro Señor, se había hecho hombre y había aceptado aquel suplicio para que los seres humanos, infelices y perdidos en el mecanismo satánico de la violencia, conocieran el inmenso, apasionado e inextinguible amor del Padre por cada uno de ellos. Amor que reveló precisamente dejando que los hombres desahogasen “hasta la saciedad” su más cruel ferocidad contra Él mismo, inocente, ultrajado, perseguido, humillado y clavado en una cruz, dejándose degollar como cordero llevado al matadero.
Antonio Socci en “Los nuevos perseguidos” (Madrid 2003) afirma: “primero unos pocos, después miles de millones de personas iban siendo tocadas por la fuerza arrolladora de tan gran amor. Así comenzaba su Reino en el mundo, un reino que no es político, pero que es muy concreto: el de los corazones humanos. Y su trono es realmente la Cruz”.
Horas antes había tenido lugar este diálogo, que recoge San Juan en su Evangelio (18, 33-37):
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
- ¿Eres tú el rey de los judíos?
Jesús le contestó:
- ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?
Pilato replicó:
- ¿Acaso, soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús le contestó:
- Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
Pilato le dijo:
- Conque, ¿tú eres rey?
Jesús le contestó:
- Tú lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.
¡Jesucristo, Jesucristo, y sólo Jesucristo!
Esto es lo que profesaron todos los cristianos desde las persecuciones en el Imperio Romano; lo que han confesado todos los mártires de nuestros días; lo que seguirán repitiendo los confesores de la fe hasta el final de los siglos: ¡Jesucristo, Jesucristo, y sólo Jesucristo!
Demos un gran salto en la historia hasta el año 1933. Tras la victoria del nazismo, en Alemania muchos se rebelaron contra Hitler en nombre de Cristo Rey. La Acción Católica, por ejemplo, levantaba el anagrama de Cristo para diferenciarlo de la herética cruz gamada nazi. Mientras, el famoso cardenal Innitzer proclamaba ante miles de jóvenes reunidos en la Catedral de Viena el 7 de octubre de 1938: “¡Nuestro Führer es Cristo!”.
Cuando la Alemania nazi era la dueña de Europa en la Segunda Guerra Mundial, y todo el mundo temblaba ante su terrible dictador, el beato Bernard Lichtenberg (en la foto), que era párroco de la Catedral de Berlín, al ver pisoteada la dignidad de Dios y la de los hombres, no cesaba de orar en público por los judíos inhumanamente torturados y detenidos. Por eso fue también apresado y destinado al campo de concentración de Dachau. Destrozado por los malos tratos pero impávido, dio su vida por Cristo el 5 de noviembre de 1943. Mientras oía cómo gritaban continuamente a su lado “¡Viva Hitler, el Führer de Alemania!”, antes de morir mártir, él confesaba sin miedo alguno: “¡Mi único Führer es Jesucristo!”.
“Reinaré en España y con más veneración que en otras partes”
¿Quién oyó el «reinaré»? El beato Bernardo Francisco de Hoyos, de la Compañía de Jesús, nació el 21 de agosto de 1711 en Torrelobatón (Valladolid). Se ordenó de sacerdote el 2 de enero de 1735 y murió santamente en esta ciudad el 29 de noviembre de 1735. Su vida fue breve: tan sólo veinticuatro años.
Estamos en el 14 de mayo de 1733. El Hermano Hoyos tiene 22 años y es estudiante muy aventajado de Teología. El día de la Ascensión del Señor, después de comulgar, escuchó estas palabras dichas por Nuestro Señor Jesucristo: “Reinaré en España, y con más veneración que en otras muchas partes”.
Del “Reinaré” al “Reino”
Pasan los siglos y el 30 de mayo de 1919 (fotografía bajo estas líneas) tiene lugar la consagración de España al Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe, Madrid). En el pedestal sobre el que se levanta el Corazón de Jesús, no se lee “REINARÉ”, como le dijo Nuestro Señor al P. Hoyos, sino “REINO EN ESPAÑA”.
En la crónica del acto, escrita por el conocido Padre Remigio Vilariño, de la Compañía de Jesús, se pregunta: “¿Es verdad que reina?”. Y él mismo se responde:
“Puesto que Su Majestad el Rey de España, suprema autoridad de España, pública y solemnemente le ha reconocido como Rey, puede decirse que REINA de alguna manera y verdaderamente.
Sin embargo, hay tantos rebeldes aún y tantos indiferentes en este reinado, que queda aún mucho que hacer hasta que reine realmente en todas las regiones españolas.
Digo esto para que nuestros lectores no se duerman en la almohada de la confianza, que es la almohada de los desengaños. Y para que piensen que esa palabra escrita en el centro de España nos urge y nos obliga a trabajar como verdaderos devotos del Corazón de Jesús, para que todas las regiones españolas amen a Jesús teórica y prácticamente, y para que, como pedía Su Majestad con voz sentida y honda, reine el amor de Cristo en los corazones de los hombres, en las familias españolas, en las inteligencias de los sabios, en las cátedras, en las letras, en las leyes y en todas las instituciones patrias. Eso, eso hay que procurar a toda costa. Y porque el acto de Los Ángeles significa todo eso y tiene esa tendencia, por eso, sin duda, rugen como rugen los anticlericales, a pesar de toda la inocencia del acto”.
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