Entre las nuevas generaciones, no faltan los que se autoproclaman “izquierdistas” o “hipsters”, aunque -curiosamente- llevan un estilo de vida identificado totalmente con la derecha: autos, viajes, ropa importada, restaurantes, etcétera. Ciertamente, cuando los ingresos son lícitos, no tiene nada de malo darse alguno que otro gusto; sin embargo, el problema surge al caer en la doble vida: “amo a los pobres, quiero justicia social…pero a mis trabajadores los trato con la punta del zapato” o, en su caso, “mis papás son unos consumistas, de esos pesados que no salen de los centros comerciales, pero se los paso porque ellos me pagan mi tarjeta de crédito”.

Antes, quien se decía “socialista”, si bien se encontraba del lado equivocado que prometió mucho sin conseguir absolutamente nada, sabía -por lo menos- en qué consistía el socialismo. Hoy -por desgracia- piensan que con dejarse el cabello largo y hacerse algún tatuaje, ya son unos revolucionarios a gran escala. Hay un desbalance, un vacío ideológico que genera o produce gente mediocre, aparente.

Para poder ayudar a los pobres, no hace falta ser izquierdista. Basta con moverse desde la posición socialdemócrata, siendo hombres y mujeres que sepan combinar el éxito con la solidaridad. Si queremos cambiar el mundo, debemos empezar por nosotros mismos, renunciando a la hipocresía.