Leo que una muchachita norteamericana ha preferido no participar en una carrera para la que había estado preparándose durante meses con tal de no tener que portar el número 666 que le tocaba en el dorsal, según ella, para “no arriesgar mi relación con Dios”.
No es mi objetivo entrar a juzgar la actitud de la muchacha, de la que por lo menos, se puede decir que ha actuado según su conciencia y en su propio perjuicio, lo que no es poco decir, porque no son muchos los que son capaces de tanto.
Su gesto, en cambio, sí me da pie a mí para hablarles de un tema muy interesante, cual es el que da título al presente artículo: ¿sabemos por qué asociamos el número 666 al diablo?
Pues bien, pocas veces la respuesta fue tan fácil, porque la fuente es muy clara, está muy bien identificada y no es otra que el Apocalipsis de San Juan, en el cual leemos:
“¡Aquí está la sabiduría! Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia; pues es la cifra de un hombre. Su cifra es 666” (Ap. 13, 18).
Cosa distinta es que sepamos a ciencia cierta por qué el apocalíptico evangelista eligió dicha cifra para caracterizar a la Bestia, identificada con el diablo. Alguna pista ya nos da, como por ejemplo, la de que “es la cifra de un hombre”.
Aunque no pase de ser una hipótesis, pues el evangelista no ofrece la respuesta a la adivinanza ni parece aportar prueba alguna más, la explicación podría estar relacionada con un ejercicio de gematría, -la ciencia vinculada a la cábala judía que consiste en atribuir valores numéricos a letras o palabras-, que de acuerdo con la pista aportada por el evangelista, permitiría atribuírla a una persona. Una persona que no es otra que el Emperador Nerón, autor como se sabe de la primera persecución indiscriminada de cristianos en el ámbito del Imperio (en el ámbito judío ya habían sido perseguidos con anterioridad).
La pregunta es: ¿cómo se puede alcanzar conclusión tal? Para entenderlo se han de establecer dos premisas: primera, que en hebreo como en latín, las letras tienen una equivalencia numérica; y segunda, que en el idioma de la Biblia no se escriben vocales entre las consonantes.
Todo esto dicho, una de las posibles maneras de alcanzar el resultado en cuestión es la que parte de que Nerón César sería escrito en hebreo con las letras equivalentes a “NRWN QSR” (Nerón César). Y dado que la “N” (nun) hebrea tiene valor 50; la “R” (resh), valor 200; la “W” (vav), valor 6; la “Q” (qof), valor 100; y la “S” (samech), valor 60, sumadas todas esas cifras y debidamente ponderadas según las veces que aparecen en la locución, da como resultado 666. No se fíe de lo que le digo, pruebe a comprobarlo Vd. mismo.
Resultado similar se ha pretendido encontrar en el nombre de otro rey maldito, Nabucodonosor, el que tomó Jerusalén y se llevó al pueblo judío a Babilonia, formado, como se ve, de letras muy similares.
En cualquier caso, el número 666 no es un recién llegado en la Biblia. El Libro de los Reyes ya nos dice que “el peso del oro que llegaba a Salomón cada año era de seiscientos sesenta y seis talentos de oro” (1Re. 10, 14; igual a 2Cr. 9, 13), un oro que como ya sabe el lector de esta columna, se hacía traer de España (pinche Vd. aquí si no se acuerda), y el Libro de Esdrás nos informa de que los hijos de Adonicán que regresan del exilio babilónico son igualmente “seiscientos sesenta y seis” (Esd. 2, 13).
©L.A.
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¿Sabía Vd.que la palabra “nafta”, naftalina en España, gasolina en Argentina, proviene de la Biblia?