Atenas nos legó el perfil griego como parámetro estético y Roma mira de frente a la fealdad para aclararnos que la belleza está en el interior. El abrazo del Papa al peregrino envuelto en bubas durante la audiencia de los miércoles nos aclara de qué pasta está hecho Francisco, que sustituye la aprensión por la caridad para que el católico entienda que el prójimo no es una idea aproximada del hombre, sino el hombre en sí, lo que le obliga a tocar la mano del que pide en vez de teorizar sobre el amor. 
Que para el Pontífice el prójimo no es la tercera persona del singular lo demuestra su beso a este enfermo sin memoria de labios, tanto hace que dejó de recibirlos. Lo demuestra el cariño con que revolvió su pelo salpicado de heridas. Gestos con los que Francisco nos quiere dar a entender que no hay peor remedio para la lepra que la cuarentena.