Antes que nada, conviene subrayar que la santidad se encuentra al alcance de todos los bautizados. Tanto de aquellos(as) que llevan una vida oculta o conventual, como los(as) que -por diferentes motivos- ejercen su misión a la luz pública. Por esta razón, el que alguien haya sido Presidente, Primer Ministro o Sumo Pontífice, no es un impedimento para que -tras un serio proceso de investigación- sea canonizado. La raíz de todas las críticas que se han suscitado sobre la canonización de Karol Wojtyla, se deben -en gran medida- al hecho de tratarse de una persona que jugó un papel muy importante en la escena mundial de 1978 al 2005; sin embargo, se trata de una posición equivocada, pues ¿quién ha dicho que alguien influyente se encuentra privado de alcanzar la santidad; es decir, la plena identificación con Jesús? Si estuviéramos hablando de una persona que utilizó su poder o posición para atentar contra la dignidad del ser humano, sería razonable escandalizarse y buscar impedir su camino hacia los altares, pero la realidad es que el Papa Juan Pablo II hizo todo lo contrario. Nadie como él, defendió la relevancia de los Derechos Humanos, extendiéndolos incluso a los no-nacidos. Sostener que alguien famoso está incapacitado para vivir las virtudes en un grado heroico, es un error, algo que no podemos permitir, pues confunde a las personas, haciéndoles creer que lo mejor es evadir los puestos o áreas de responsabilidad. Si todos huyéramos, el mundo no podría dar nuevos y mejores pasos.
La prensa secular no ha dejado de recordar la sombra de Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo, en el pontificado de Juan Pablo II; sin embargo, ¿Karol Wojtyla lo encubrió? La respuesta es ¡no! Incluso, antes de morir, el caso fue reabierto, pues -para esas fechas- las pruebas eran objetivamente indubitables. El que la burocracia vaticana haya censurado a las víctimas, no significa que el Papa hubiera estado de acuerdo. Tan es así, que en el año 2001 -ante el encubrimiento de muchos obispos y arzobispos- decidió enviar directamente todos los casos de pederastia a la Congregación para la Doctrina de la Fe. ¿El objetivo? Terminar con la ceguera eclesial y reducir los estorbos administrativos. Ahora bien, pensar que el Papa tiene que ser un policía o espía de todos los sacerdotes que hay en el mundo, resulta ilógico. En el fondo, se ha querido hacer de Juan Pablo II una suerte de chivo expiatorio, aunque los hechos demuestren su firme condena ante los casos de abusos sexuales.
Resulta irónico que se tilde de criminal a un hombre que:
-Salvó a Sudamérica de una guerra entre Chile y Argentina. (1984).
-Perdonó a su agresor.
-Liberó a la Europa del Este (1989).
-Abogó por los países más pobres del mundo.
-Proyectó la nueva evangelización.
-Ayudó a millones de jóvenes en su crecimiento humano y espiritual, fundando las Jornadas Mundiales de la Juventud.
El que se canonice a Juan Pablo II, de ninguna manera significa que su pontificado haya estado libre de ciertos errores al gobernar la Iglesia. Por ejemplo, el aumento de la burocracia al interior de la curia romana, ante un Papa anciano y gravemente enfermo que se veía incapacitado para intervenir tal y como se requería en ese momento. A pesar de las cuestiones logísticas y/o estructurales, fue un hombre congruente, alguien que sin lugar a dudas merece un lugar en los altares, pues su vida fue -y sigue siendo- un ejemplo para todos.