Esta mañana tuve una larga conversación con un amigo que me señalaba lo vacías que estaban las iglesias y los pocos jóvenes que había en ellas. Mi amigo vive en el centro histórico de una ciudad en fuerte declive demográfico, en la que hay 10 iglesias entre 5 y 10 minutos de tranquilo paseo. Sobre los jóvenes, le comentaba que si uno va a comprar a un supermercado del centro, también lo verá lleno de personas mayores, la demografía es un hecho implacable.
Para que los contrastar los clichés, le invité a que viniera a mi parroquia. Está situada de una zona residencial del extrarradio donde vivimos matrimonios con hijos menores de 20 años. Muchos con niños pequeños. Si se atreviera a venir, vería como las misas se llenan a tope y muchas personas siguen la celebración desde la megafonía externa.
En lo que coincidimos, mi amigo y yo, es que hay los jóvenes menores de 30 años que asisten poco o nada a misa. Pero curiosamente, cuando tienen hijos, algo nos hace click e su interior y aparecemos de repente.
Razones para no ir a la iglesia hay miles. ¿Cuántas se les ocurren para no ir al trabajo o al colegio? Vamos al trabajo y al colegio porque existe una obligación que nos impide dejar de asistir. Den libertad para no asistir al trabajo sin que “pase nada” y verán las pocas personas continúan haciéndolo.
Lo que si es cierto, es que la mayoría de los matrimonios jóvenes dejan de asistir cuando sus hijos hacen la primera comunión. ¿Por qué? Porque pierden la razón de ir a la iglesia cada domingo. El objetivo se ha cumplido: primera comunión de su hijo. Lo triste es que la Iglesia, tras 4 o 5 años de asistencia medianamente asidua, no les ha ofertado un cambio muy ventajoso para ellos: dejar de ir a la iglesia, para empezar a ser Iglesia.
Iglesia es comunidad, diálogo, proyectos comunes, participación, donación de tiempo y talentos. Si reducimos la Iglesia únicamente a la Eucaristía dominical, muchas personas pensarán que hay cosas más útiles que hacer el domingo y aficiones más placenteras. Los sacramentos son el cúspide de nuestra vivencia religiosa, pero ¿Qué sentido tiene una cúspide sin un inmenso pedestal que la eleve donde debe estar colocada? El gran pedestal es la comunidad que vive, trabaja, aprende, se sostiene y mejora unida.
Si nos reunimos el domingo, pero vivimos sin vínculos y proyectos comunes ¿Somos realmente una comunidad cristiana? La vida de fe se consolida en comunidad. Si vivimos la fe solos, encerrados y recelosos de los demás ¿Qué nos aporta realmente la fe? Pareciera que las palabras de Cristo no hicieran mella en nosotros.
Si nos limitamos a ir a la iglesia por obligación, posiblemente encontremos muchas razones que nos “impidan” asistir los domingos a misa. Entre ellas las 4 que se explicitan en el texto que les recomendé y otras decenas más. Algunas tremendamente “convincentes”, para quien se escuda en ellas.
Ir a la iglesia sólo tiene sentido si antes somos Iglesia.