Existen temas profundamente sensibles que al ser tocados producen urticaria. Hablar de política, religión, raza y orientación sexual ha suscitado más enemistad que los litigios por fronteras entre países vecinos. Por ello quiero empezar mi reflexión declarándome IRREVOCABLEMENTE respetuoso de la identidad de cada persona humana en todo lo que tenga que ver con las diferencias accidentales que tenemos los hombres en el mundo: me refiero a gustos sexuales, filiación política y profesión de fe. Y las llamo diferencias accidentales porque reconozco que detrás de cada político, hombre de fe o ateo, homosexual o heterosexual, subyace un ser humano, un hijo de Dios que merece toda mi consideración y respeto.
Pero también es verdad que como hombre pensante, que ha interiorizado en la naturaleza humana, soy capaz de refutar desde la filosofía y las leyes de la naturaleza principios que nada tienen que ver con la religión o con la fe. No quiero por tanto ser leído como sacerdote y mi argumentación no la doy desde ese punto de vista pues reconozco que no todos creen en un único Dios vivo y verdadero y por lo tanto los referentes que rigen su vida no manan de la Sagrada Escritura ni de ningún otro libro que se considere revelado.
Ante la lucha que hoy libran parejas del mismo sexo para que se les reconozca su derecho a adoptar y ejercer la paternidad (maternidad) pienso si realmente esto puede considerarse un derecho y creo que no; lo creo por el simple hecho de que no todos los seres humanos tienen la posibilidad de ser padres, lo cual no quiere decir que la naturaleza les esté violando ese derecho que defienden. La maternidad y la paternidad la vería más bien como un don de la naturaleza a muchas personas, pero no a todas, para que puedan prolongar la especie humana.
Hoy se argumenta la posibilidad que tiene un niño adoptado de recibir cariño y afecto por parte de sus padres adoptantes, cosa que no niego. Estoy plenamente convencido que todo ser humano, homosexual o heterosexual tiene una gran capacidad para amar pues somos productos del amor y estamos hechos para el amor. Pero al pensar en la adopción por parte de parejas del mismo sexo no pienso en lo que ellos pueden dar, y que están en todo su derecho de darlo, sino en lo que el niño o la niña adoptada debe recibir, que también es un derecho. Cuando se trata de defender derechos, siempre han prevalecido los de los menores de edad. Estos están por encima de cualquier otro. Aún en los casos más extremos, como la violación, todo ser humano es producto de un varón y de una hembra, lo que significa que todos llevamos en nuestros genes una identidad masculina y una femenina lo que hace pensar que del mismo modo, para crecer emocional, psicológica y afectivamente estables necesitamos una presencia masculina y una femenina en nuestra vida.
No creo de ninguna manera que la homosexualidad se “contagie” como argumentan algunos, como si los padres adoptantes quisieran transmitirles sus propias conductas u orientación. Mi proposición no se basa en ese argumento sino en la importancia de tener un modelo de familia que proporcione un poco más de estabilidad afectiva y emocional aunque este modelo no sea el que rija hoy toda la sociedad. Una nación que legisla a favor de la adopción de niños por parte de parejas del mismo sexo quiere aparentemente modernizar sus leyes y mostrarse respetuoso de las minorías que en ella habitan, pero olvidan que muchas veces cuando se defiende un derecho se violenta otro. La naturaleza humana está determinada desde los orígenes de tal forma que, aun cuando en la edad de tomar decisiones autónomas cada quien viva de la manera como su propia inclinación se lo impele, sin embargo, todos queremos haber sido educados en un modelo de familia un poco más tradicional.
Las parejas del mismo sexo les reconozco el derecho de vivir como lo desean, con el respeto que son capaces de ofrecerse, con la capacidad productiva que tienen para construir una sociedad, pero ser educado por dos hombres o por dos mujeres siempre dejará un gran vació en el corazón. El modelo de amor que se aprende no es el que nos dan nuestros padres sino aquel que vemos que ellos saben darse.
Sé que no es fácil hablar de estos temas, lo pensé mucho y lo reflexioné de todas las formas posibles y quiero aprender en mi vida a ser siempre absolutamente respetuoso de todos, sin condenar a ninguno del mismo modo como no lo hizo Jesús, pero si tenía un deber de conciencia de hablar de algo de lo que estoy plenamente convencido. A todos, mi bendición y mi respeto absoluto.
P. Juan Avila Estrada
Lic. En matrimonio y familia