Desde Buenos Aires (Argentina) Fernando Pinto se puso en contacto conmigo para saber qué pasa con sus familiares asesinados en los días de la persecución religiosa, en este caso en la ciudad de Tarragona.
Muchas veces la familia directa no pudo o no supo como encauzar a "sus mártires" a ser elevados a los altares. Siempre sostenemos que la cifra de 3.000 seglares sobre los que se tiene certeza de existir SOLAMENTE causa de martirio por odium fidei a la hora de ser asesinados, aumentaría si el trabajo de campo que se hizo con ello se hubiese hecho con muchos cientos más (tampoco me atrevo a decir miles).
La falta de testigos para determinar que SOLO por temas de fe el candidato es perseguido hasta la muerte, complica mucho los procesos.
Pero, ¿por qué perder las historias de "nuestros mártires"? Esta la comenzábamos ayer en los jardines del colegio de los hermanos de La Salle de Tarragona donde los nombres de nuestro protagonistas aparecen en un monumento a los hermanos y antiguos alumnos de La Salle.
Y ahora escuchemos la historia que desde Argentina nos narra Fernando sobre sus familiares:
«Esto sucedió durante el régimen democrático socialista, que se había instalado en España desde 1931, luego del derrocamiento del rey Alfonso XIII, pero que alcanzó un espíritu anárquico en 1936, con algunos antecedentes de pruebas de persecución religiosa sucedidos en 1934, dando lugar a una más cruenta especialmente en Tarragona, donde vivía mi familia.
En ese año de 1936 fueron apresados mi abuela (22 años) que era la mayor en ese momento de 5 hermanos y los 3 siguientes (de 21, 20 y 18). El más chico, era un niño aún.
El de 18 se llamaba Jorge y fue fusilado el 8 o 9/8/36, sin poder despedirse de los suyos. Los otros 3 siguieron presos, pero en el caso de mi abuela cuando fue abierta su celda, no sé si para juzgarla o ejecutarla, hubo un forcejeo o discusión entre carceleros, y ella salió sin que la vieran y al llegar a la calle, un joven con quien se conocían de niños, estaba haciendo guardia y le apuntó. Ella le dijo que disparase, pero él bajó el arma como si algo se lo impidiera y ella pudo irse a su casa, tomar a su madre y hermano menor y huir para no poner en riesgo también la vida de ellos, porque de algún modo sabía, que Dios había decidido que las cosas fueran así. Y tuvieron que irse, sabiendo que Jorge, ya había sido fusilado, y los otros dos, Cristián y Carlos, estaban presos en un buque, a la espera de sus sentencias.
[Doña Margarita Porta de Landa con mirada de dolor, contenida por sus hijos Margarita y Guillermo, al momento de ser repatriada a Buenos Aires, pues está dejando a dos de sus hijos en espera de sus condenas y fusilamiento].
A la madre, mi bisabuela Margarita, que ya había sido templada en el crisol de los tiempos de la fiebre española, cuidando y despidiendo a algunos de sus hijos de alrededor de 2 años, cuyas miradas sostuvo a medida que iban muriendo, de repente le llegó el momento de volver como repatriada, a la Argentina su tierra natal, con los dos hijos que le quedaban, dejando todo como estaba y sin mirar atrás, como marca el Evangelio. El más pequeño de los sobrevivientes era Guillermo, pero años más tarde se enfermaría de cáncer de hígado, para atravesar su propio calvario y entre lo antes contado y esto, se podría decir que mi bisabuela Margarita vivió su martirio en vida, como María en el calvario acompañando a Jesús y padeciendo con Él.
Esto, también aplica a mi abuela del mismo nombre, a quien llamábamos Yaya, porque además de todo eso, tuvo un hijo (el segundo de 6) que se llamó Carlos Cristián y tuvo un tumor en el cerebro que fue operado sin éxito, a sus 6 años, dejándole ciego y con hemiplejia, quien tuvo un camino de unión con Cristo hasta que la enfermedad tomó vuelo en él y luego de dos años de estar postrado y con llagas en el cuerpo, de las que algunas dejaban ver huesos, partió al cielo a sus 17 años.
Los sacerdotes que le llevaban asiduamente la Eucaristía, eran edificados por el temple del muchacho, quien al oírles ingresar a la casa, comenzaba a elevar cánticos de bienvenida al Señor Jesús a quien abrazaba en su interior, y ¿por qué no reconocerlo?, también en su cuerpo llagado.
Los sacerdotes eran de la parroquia Ntra. Sra. de las Nieves [bajo estas líneas], del barrio de Liniers, donde vivía la familia y Carlos decía que la Virgen de las Nieves se lo llevaría y así fue porque murió el 5 de agosto, que es la festividad de Ntra. Sra. de las Nieves.
A mi abuela la escuché muchas veces cantar en lenguas inefables, como indica San Pablo, las alabanzas a Cristo Salvador, con un ferviente deseo de ir pronto a la presencia de Dios. Y su encuentro con El, se dio en la cama de un hospital, ante la vista de su hijo Armando, quien dio fe de verla dar un abrazo, antes de entrar al Cielo.
Me considero indigno de tanta santidad familiar, especialmente porque ante mínimas adversidades que me han tocado pasar, muy esporádicamente, muy quejoso lo hice.
Agradecemos el testimonio tan personal que, como tantas veces hemos mostrado en el blog, va más allá de la historia de los mártires... mostrando el dolor vivido por sus familiares, el perdón conseguido, la entrega y vida en Cristo que les llevó a seguir, como dice nuestro amigo bonaerense, en el martirio de las cosas de cada día...