Debemos hacer lo mismo si somos bajos, cuando tenemos el corazón estrecho y poca caridad: hay que subir sobre el árbol de la santa cruz, y allí veremos, tocaremos a Dios. Allí encontraremos el fuego de su caridad indecible, el amor que lo empujó hasta la vergüenza de la cruz, que lo exaltó, y le hizo desear con el ardor del hambre y de la sed, el honor de su Padre y nuestra salvación.
En efecto, cuando el alma se eleva así, ve los beneficios de la bondad y el poder del Padre, ve la clemencia y la abundancia del Espíritu Santo, es decir este amor indecible que tiene Jesús desplegado sobre el bosque de la cruz. Los clavos y las cuerdas no podían retenerlo; había sólo caridad. Suba sobre este árbol santo, donde están las frutas maduras de todas las virtudes que lleva el cuerpo del Hijo de Dios; corra con ardor. Quede en el amor santo y dulce de Dios. Jesús dulce, Jesús amor. (Santa Catalina de Siena. Carta 119, al prior de los religiosos olivetenses)
En nuestra vida cotidiana parece que no necesitáramos encontrarnos a Cristo. Es curioso que lo excusemos diciendo que tenemos muchos problemas, prisas y compromisos. Como en el episodio evangélico de Zaqueo, hay multitud de circunstancias vitales que nos separan de Cristo. Nadie duda que estas circunstancias sean reales y que además, nos impidan realmente la visión de Dios. Pero ¿no podemos hace nada? La pregunta que podríamos hacer es ¿Queremos realmente ver a Cristo? ¿Estamos dispuestos a esforzarnos para ello?
Hace unos días leía un artículo sobre la crisis de la vida religiosa, escrito por Fray José Rodríguez Carballo, secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada en el L´Osservatore Romano. Fray José señalaba varias causas para la constante sangría de religiosos, de las que entresaco la siguiente: “vivimos un tiempo que podemos definir como el tiempo del ´zapping´ de pasar de un canal al otro, sin control, sin detenerse en ninguno de ellos".
Este problema es no sólo de los religiosos, sino de toda la sociedad. No somos capaces de “perder” el tiempo en encontrar un árbol al que subirnos y esforzarnos en hacerlo en el momento adecuado. Estamos tan absortos con lo que tenemos delante de nuestros ojos, que no nos importa lo que sucede detrás de nuestra propia vida. Estamos muy bien aleccionados para temer el encuentro con el Señor.
El encuentro con el Señor siempre conlleva un compromiso que echa por tierra ese zapping vivencia que tanto nos gusta. Como nos han enseñado a entender la libertad como el estado al que se llega cuando unimos ignorancia e indiferencia, no podemos comprender que seamos más libres cuando el Señor nos llama y nosotros aceptamos el compromiso que nos propone.
Siguiendo las indicaciones de Santa Catalina, tenemos que subirnos a nuestra Cruz para ver a Cristo, pero este esfuerzo resulta impensable para una persona del siglo XXI. Lo triste es que la falta de compromiso sólo nos puede llevar a la soledad y a la perdida de todo sentido como seres humanos. La cruz que llevamos sobre nosotros, se irá haciendo cada vez más pesada y nosotros, tendremos menos capacidad de subir sobre ella para ver al Señor. De ahí que vivamos en una sociedad que rechaza la dignidad de los seres humanos y nos condena a vivir sirviendo a los intereses que nos señalan desde el marketing social de cada momento.
Seguramente muchos pensarán en todo lo que perdió Zaqueo esa tarde. Perdió dinero, pero sobre todo, perdió la libertad que aparentemente tenemos cuando ignoramos a Quien espera llamarnos por nuestro Nombre.
Cristo no ofrece mucho más que el mundo que nos rodea, pero para acceder a El, hemos de subir a nuestra cruz… cuando el alma se eleva así, ve los beneficios de la bondad y el poder del Padre, ve la clemencia y la abundancia del Espíritu Santo.