A veces pienso que muchos de los problemas que arrastramos los hombres se solucionarían con un pequeño movimiento del cuello. Y me explico. Vamos con las orejeras puestas, cabizbajos y mirándonos al propio ombligo de nuestros pequeños o grandes problemas. Y, como decía, esta «tortícolis del alma» se solucionaría si eleváramos con más frecuencia la mirada al cielo.

Por eso me ha alegrado el eco que han dado los medios de comunicación de todo el mundo a la gesta que, hace 40 años, llevó al hombre a la Luna. Por unos instantes, el planeta entero ha elevado sus ojos hacia la inmensidad del cosmos, hacia la fría y serena belleza del universo. Los problemas, aquí abajo, han continuado, pero, al menos por unos días, parecía que la humanidad se hubiera encontrado, aunque fuera levemente, con el infinito, con los grandes interrogantes del cosmos e, incluso, con el Creador de toda esa obra fascinante.

Hace falta recuperarse de esa «tortícolis del alma» y alzar la mirada con más frecuencia. Seguro que, entonces, los problemas los veríamos más pequeños.