No se trata en esta entrada de responder a una pregunta típica de adolescente que tiene que seguir clases de una asignatura que no acaba de ver muy necesaria. Quiero tratar aquí una pregunta que se vuelve esencial cuando intentamos transmitir la hondura de nuestra fe religiosa a personas que carecen de ella. A mi modo de ver, una de las grandes dificultades con las que nos encontramos para el diálogo con no creyentes sea la trivilización social del hecho religioso; si se me permite hablar así, su falta de trascendencia práctica. Puesto que aparentemente no influye en nuestras actividades ordinarias, en las decisiones profesionales, económicas o vitales que tomamos, la religión queda relegada al ámbito personal, o se torna en un diálogo puramente intelectual, donde se cruzan argumentos que no impactan en la vida, como si estuvieramos jugando una especie de ajedrez mental en un tablero inexistente.
Me parece que ese planteamiento es muy reduccionista, pues convertir una religión únicamente enn una justificación de nuestras acciones morales sería empobrecerla tremendamente. Ser moral y no ser
religioso es posible, igual que se puede ser religioso y no actuar bien (aunque sea inconsistente con las creencias), pero no podemos limitar la religión a una estructura moral. Hay muchas razones para actuar éticamente. A mi modo de ver, la religiosa es muy sólida y da argumentos más allá de los que la proporciona la filantropía, pues si actuamos bien por amor a Dios y a los demás será más probable perserverar en esa actitud, por encima de las decepciones que encontraremos en la vida. Ahora bien, no es sólo eso la religión: "sirve" para otras muchas cosas. Para dar explicación razonable al mundo que nos rodea, para responder a preguntas que todo ser humano debe, antes o después, hacerse: ¿quién soy?, ¿por qué estoy en esta vida?, ¿qué sentido tiene lo que hago?, ¿cuál es mi destino final?, ¿cómo alcanzo la plenitud vital?, ¿cuáles son los valores que deben guiar mi vida?
Ser moral y no ser religioso es posible, pero todavía habrá muchas preguntas por contestar sobre otras muchas cuestiones. Para un cristiano esas preguntas se anclan en Alguien, que no sólo es Dios sino que también ha querido acercarse a nosotros, haciéndose como nosotros. El cristianismo, como indicaba hace unos años Benedicto XVI, no es una ideología, sino un encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado, y por tanto, "no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus Caritas est, 2006, n. 1).