Hay uniones imposibles, como la de dos pistolas y un santo. La de un niño y un Papa, sin embargo, tiene posibilidades de éxito. Lo demostró el crío que la semana pasada se pegó a la sotana del Papa, a modo de dobladillo con patucos, durante el discurso de las familias. Como Francisco lucía el color del bien y el niño iba de oscuro, los puristas de la moda definirán la mezcla como blanco roto, pero para mí que fue inmaculado, porque la infancia, lejos de manchar, limpia. De hecho, en las edades del hombre oficia de Mister Proper con melena.
La improvisada escena escenificó la relación perfecta entre la paz y la inocencia. Los niños, sin saberlo, transitan por el mundo con el salvoconducto de Jesús, que les proporcionó la contraseña de amor: De los que son como yo es el reino de los cielos. Cuando exigió que le dejaran acercarse a Él aclaró que debemos hacernos pequeños para ganar estatura ante Dios. Para ser tan grandes, por ejemplo, como ese niño, que por cierto es adoptado, no abortado. Lo que me hace considerar que si el niño se hubiera cogido a la falda pantalón de Elena Valenciano habría escrito un artículo algo distinto.