Cuando todavía tenemos fresco el recuerdo gozoso de las beatificaciones de Tarragona, nos llega la noticia de la beatificación de otro mártir, Esteban Sandor. En esta ocasión proviene de otro lugar, Hungría, y de otra década, la de los años 50 del siglo pasado, pero tiene en común con los mártires de España su firmeza en la fe frente a esa ideología asesina de la que hablaba el cardenal Amato en su homilía tarraconense.
Esteban Sandor había nacido en 1914 en el seno de una familia cristiana, de padre ferroviario y madre ama de casa, el mayor de tres hermanos. Le gustaba estar con sus amigos y ayudaba a sus hermanos con los estudios, en los que se diplomó como técnico metalúrgico. De profunda religiosidad, ayudaba en misa cada día en la iglesia de los Padres Franciscanos. Leyendo el Boletín Salesiano conoció a Don Bosco y se sintió atraído por el carisma salesiano. Tras superar las reticencias iniciales de sus padres, Esteban consiguió ser aceptado en 1936 en el Clarisseum de Budapest para hacer el aspirantazgo durante dos años.
Allí siguió los cursos de técnico estampador en la tipografía Don Bosco, oficio en el que destacaría. Tuvo que interrumpir el noviciado al ser llamado a las armas, pero consiguió profesar el 8 de septiembre de 1940. Destinado en el mismo Clarisseum, le fue encargado el cuidado del oratorio de la casa, que cumplió con entusiasmo, y se dedicó también a la promoción de la Juventud Obrera Católica,
En 1942 fue llamado al frente de nuevo. Allí, mientras convertía la trinchera en un oratorio abierto a todos sus compañeros de armas, ganó la medalla de plata al valor militar. Al acabar la guerra se dedicó en cuerpo y alma a los más pobres, a quienes enseñaba un oficio. En 1946 hizo su profesión perpetua y dos años después conseguía el título de maestro impresor.
Pero la maltratada nación húngara iba a caer en las garras del comunismo y pronto se inició la persecución abierta contra la Iglesia. Al ser ilegalizadas las escuelas católicas, que tuvieron que cerrar sus puertas, Esteban fue acusado de continuar imprimiendo y tuvo que esconderse en distintas casas salesianas. Continuó trabajando con nombre falso en una imprenta estatal, pero en julio de 1952 fue detenido en su puesto de trabajo. Encarcelado, supo mantenerse fiel a su fe y dar testimonio de Cristo hasta que, en 1953, fue asesinado.
Ahora contamos con un nuevo mártir, que al mensaje que todos los mártires transmiten apela de modo especial a los educadores católicos y nos recuerda la realidad de una ideología mortífera que, por desgracia, no está tan enterrada como sería de desear.