El Papa acaba de pronunciar una homilía en la que alude a la situación en que se encuentran sacerdotes y religiosos cuando se jubilan.
Personalmente he sido testigo, por poner un par de ejemplos que me afectaron mucho al conocerlos. Dos profesores religiosos que tuve en mis tiempos de seminario, el P. Colomer OFM. y el P. Sauras OP. El primero, cuando acababa la primera clase, en el espacio de recreo que teníamos entre clase y clase, la mayoría de alumnos nos quedábamos alrededor de su cátedra preguntándole y escuchándole. Ya jubilado, enfermó y estaba fuera de sí.
El segundo, Maestro en Teología y con gran cantidad de artículos y libros escritos, el profesor que más ha influido en mi formación teológica, acabó de portero en su convento de los dominicos hasta que su salud le impidió prestar este pequeño servicio. Dos hombres de categoría internacional.
También he visto en casas de retiro de sacerdotes, hermanos, de verdad apóstoles con un servicio extraordinario a la Iglesia, o religiosas con cargos importantes en su congregación, también superioras generales que necesitaban ser atendidas en todo por las hermanas. También es cierto que algo por el estilo sucede a los ancianos seglares, retirados en casas de reposo, a veces visitados con cariño por sus familiares, pero a veces, un tanto olvidados.
En este artículo me voy a centrar comentando brevemente las palabras del Papa y en otro que pienso publicar a continuación y comentar mis impresiones sobre esta realidad dura de nuestros sacerdotes, (también algunos obispos) mayores y de la ayuda que les estamos ofreciendo o que les dejamos de ofrecer.
Dice el Papa en su homilía: "Todo apóstol tiene un comienzo alegre, entusiasta, emocionado con el Dios que tiene dentro, ¿no es así? Pero no se le ha evitado el ocaso. Y para mí es bueno pensar en el ocaso del apóstol... Se me ocurren tres iconos: Moisés, Juan el Bautista y Pablo”. Efectivamente, fuertes en el cumplimiento de su misión y se quedan solos al final.
“Pensando en los muchos presbíteros y religiosas que viven en las casas de reposo, invito a los fieles a visitarlos porque estos son, verdaderos "santuarios de santidad y de apostolado".
La primera lectura, continuó, nos muestra a San Pablo al final de su vida: "Es el ocaso del Apóstol".
"Y cuando pienso en el ocaso del Apóstol, me viene al corazón el recuerdo de esos santuarios de apostolicidad y de santidad que son las casas de reposo de los sacerdotes y de las religiosas: buenos presbíteros y monjas, envejecidos, con el peso de la soledad, a la espera de que venga el Señor a llamar a la puerta de su corazón. Estos son verdaderos santuarios de la apostolicidad y santidad que tenemos en la Iglesia. ¡No nos olvidemos de ellos, eh!".
"Pero me pregunto si nosotros, los cristianos tenemos el deseo de hacer una visita -¡que sea una verdadera peregrinación!-, vamos a estos santuarios de santidad y de apostolado, que son las casas de reposo de los presbíteros y religiosas. En las casas de reposo, estas hermanas y estos presbíteros esperan al Señor casi como Pablo: un poco tristes, de verdad, pero también con una cierta paz, con el rostro alegre".
A esas casas de reposo las llama santuarios de santidad y de apostolado. Y efectivamente, ¡cuánta santidad y acciones apostólicas hay en ellas! Pero los sacerdotes jubilados no están todos en casas de reposo, sino también en sus casas o en casas de familiares. También estas casas son santuarios de santidad y de apostolado. También allí aprendemos de los sacerdotes y contemplamos al Señor porque sigue presente en él y ejerciendo su sacerdocio en él y a través de él. No olvidemos que el sacerdote lo es in aeternum.
"Nos hará bien --concluyó el Papa-- pensar en esta etapa de la vida que es el ocaso del Apóstol y orar al Señor: “Cuida a los que están en el momento del despojo final, para decir una vez más: ‘¡Sí, Señor, quiero seguirte!". Y esto vale para sacerdotes y consagradas, porque éstas siguen siendo esposas de Jesús también in aeternum.
(Continuará)
José Gea