A veces, da la impresión de que el cristianismo solamente significa ser buena persona, sonreírle a todo el mundo y cumplir con algunas obligaciones; sin embargo, implica muchas cosas más que se encuentran relacionadas entre sí. Algo que nos hace falta recuperar es el trinomio marcado por la fe, el talento y, por supuesto, el trabajo. ¿Por qué la educación católica -del siglo pasado- veía en la excelencia académica un valor evangélico que buscaba fomentar contra viento y marea? Simple y sencillamente, porque seguir a Jesús exige dar lo mejor, no en uno, sino en todos los campos y/o áreas de la vida. Por ejemplo, el hecho de cuidar la ortografía –además de constituir una norma escolar- era visto como una vía para alcanzar la excelencia y, desde ahí, hacer del esfuerzo un acto agradable a Dios y útil en la construcción de una sociedad mejor. Hoy –en algunos círculos supuestamente católicos- se desprecia la dimensión intelectual de los creyentes, como si las buenas intenciones fueran lo único importante. Ciertamente, para alcanzar la santidad no hace falta contar con un título universitario, basta con recordar las hagiografías de los santos Martín de Porres O.P. (15791639) y André Bessette C.S.C. (18451937). Ninguno de los dos fue a la facultad; sin embargo, ambos supieron poner sus habilidades y talentos a favor de los demás. En lugar de haberse quedado cómodamente estacionados en la mediocridad o en la ignorancia que de santa no tiene nada, vivieron la fe como un impulso para superarse. ¡Fueron muy talentosos y trabajadores! Fr. Martín en la enfermería del convento y el H. André en los inicios del oratorio de San José. Cuando una persona hace las cosas por amor a Dios, comprende la importancia de llevarlas a cabo con esfuerzo, interés y cariño. Por esta razón, una fe madura da paso al talento –a través del autoconocimiento que forma parte de la dirección espiritual- y al trabajo, en el entendido de que tan negativo es el activismo como la ociosidad. Un cristiano no puede convertirse en un perezoso e indiferente. ¡Tiene que ser útil a la sociedad, aportar algo de valor! Pensemos en el caso de Chesterton (18741936), quien puso al servicio del Evangelio su brillante carrera como escritor. Vinculó la fe con el talento, construyendo un diálogo fundamentado en la trascendencia lógica y, por ende, racional.
Ahora bien, las enseñanzas de Jesús no pueden reducirse a un criterio fundamentado en la utilidad tal y como se entiende a nivel industrial. A los cristianos les corresponde ser útiles en la medida de sus posibilidades. Un enfermo, si bien es cierto que se encuentra incapacitado para trabajar, no deja de ser valioso. El simple hecho de sobrellevar con paciencia y buen humor las dificultades, resulta importante, significativo, pues anima a otros que se encuentran en las mismas circunstancias. Por ser útiles, nos referimos a la necesidad de formar a una nueva generación de católicos que sepan trabajar por la causa del Evangelio sin confundirse e intentar suprimir sus habilidades.
Al mirar en retrospectiva, nos encontramos con muchos hombres y mujeres de la Iglesia que fueron capaces de marcar un antes y un después, demostrando que la fe no puede oponerse a la ciencia. En un artículo del portal de ReL, escrito por Jorge Enrique Múgica, L.C., de fecha 20 de octubre de 2013, se dio a conocer la vida de la hermana Mary Kenneth Keller, quien desarrolló el lenguaje de programación llamado “BASIC”. Un claro ejemplo de vocación, talento y trabajo.
La fe es una vía para desarrollarse desde una perspectiva integral. Al fin y al cabo, las capacidades tienen a Dios como causa primera. De ahí la necesidad de tomar conciencia sobre los aportes del catolicismo en el aquí y el ahora.
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