El tercer mundo no puede lavarse las manos, dejándole toda la responsabilidad a los Estados más poderosos. Es necesario cambiar el enfoque, la mentalidad con la que se ha venido trabajando. La pobreza –con todo el drama que trae consigo- genera dependencia, pero si a esto se le agrega poca voluntad de gestión por parte de los países menos favorecidos, la situación se vuelve incontrolable. ¿Por qué algunas naciones –como Alemania- han logrado levantarse y abrirse paso en medio de la destrucción dejada por las guerras? La respuesta parte de las convicciones de sus ciudadanos. Los recursos son necesarios pero nunca serán suficientes, mientras impere la idea de que el pobre siempre lo será y que no tiene en sus manos la posibilidad de alcanzar un mejor nivel de vida. En otras palabras, quienes pertenecen a países con déficit económico, deben recuperar la confianza en sí mismos y, desde ahí, aprovechar mejor los recursos para consolidar proyectos relacionados con los campos de la educación, la investigación, el empleo y la salud. Tienen que aprender a ayudarse entre ellos, sin esperar a que la ONU les resuelva todos y cada uno de sus problemas, lo que –además de irreal- revela la necesidad de erradicar las posturas del socialismo, pues –dicha filosofía- acrecienta el resentimiento social sin que se produzca un cambio positivo en la realidad educativa, política, económica y comercial del país.
La creación de riqueza parte del contexto de cada nación, pues otro de los errores del tercer mundo ha sido copiar las leyes de los países más ricos, olvidando su propia idiosincrasia. Obviamente, está bien implementar medidas congruentes con los Derechos Humanos; especialmente, en aquellos lugares en los que la dignidad de la persona humana es violada sin que nadie diga nada, pero en lo que se refiere a los diferentes modelos económicos, resulta necesario crear una línea “ad hoc” a la realidad que se vive a nivel nacional, en lugar de intentar reproducir lo que –por ejemplo- quizá funciona muy bien en Europa pero que no es del todo aplicable en América Latina. Ciertamente, es fundamental que los Estados a través de sus mandatarios, se conozcan, compartan programas y busquen homologar ciertos trámites mercantiles, pero esto no significa que haya que descartar las particularidades locales, nacionales, regionales y continentales. Se trata de un equilibrio entre las necesidades internas y las exigencias de la comunidad internacional.
Volviendo al tema que nos ocupa, distribuir es análogo a tratar una hemorragia con una venda, mientras que dar paso a la creación de la riqueza, significa afrontar el problema de frente y con unos lineamientos específicos. En este sentido, la visión socioeconómica de Margaret Thatcher es una opinión válida para nuestro tiempo. El socialismo pide una distribución para ciertos sectores, mientras que crear activos supone beneficiar –directa o indirectamente- a todos los ciudadanos.
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[1] Thatcher, M. (2013). Los años de Downing Street. México: Aguilar.